lunes, 30 de septiembre de 2019

Milan Kundera habla del erotismo y lo ridículo

El erotismo tiene tal vez una mayor importancia hoy en los países totalitarios. Dado que uno no se puede realizar con plenitud en la vida pública, asume su libertad en la vida privada, y mayormente en el terreno erótico. Dejando Praga yo abandoné un paraíso, donde el epicureísmo y la libertad erótica eran mucho mayores que, por ejemplo, en París, donde la gente aspira más a hacer carrera que a hacer el amor.
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P: Sin embargo las escenas eróticas que describe en "El libro de la risa y el olvido" tienen mucho de ridículo, de grotesco…

Yo pienso que el ridículo es una categoría existencial. Y si Flaubert introdujo la banalidad en la literatura, y Proust y Tolstoi introdujeron la memoria, me parece que también el ridículo puede ser introducido. ¿Qué es ser ridículo? Lo cómico te hace reír; el ridículo tiene algo más, un punto de humillación, que merece ser estudiado. Me parece que el erotismo se protege contra el ridículo: los grandes tabúes van en contra de él y no a favor de la moral. Nada más deserotizante que una playa de nudistas. Entonces es fácil deducir que el tabú del desnudo es un instrumento con que el erotismo mismo salvaguarda su existencia.

Sergio Vila-Sanjuán narra su experiencia entrevistando a Milan Kundera


Debió ser Mónica Fainberg, entonces jefa de prensa de la editorial (Seix Barral), quien unos días más tarde me llamó para explicarme que Kundera venía a Barcelona y preguntarme si le quería entrevistar. Acepté la propuesta, claro. Y una lluviosa tarde de marzo de 1982 me encontré con Kundera en el hotel Colón. Me chocó su parecido con el entonces papa Juan Pablo II. Yo iba decidido a expresar mi admiración al autor de aquellas páginas maravillosas. Cuando acabé El libro de la risa y el olvido estaba atónito ante el magnetismo de una literatura tan culta como clara e irónica. Pero ignoraba que no iba a tratarse de un interlocutor sencillo.

Pocas cosas hay más fáciles en el mundo que hacer hablar a la gente. A casi todo el mundo le gusta explicar sus ideas y sus vivencias. Y cuando se trata de autores o actores o creadores de cualquier tipo en gira promocional, aún más.

James Ellroy habla de sus obsesiones y su relación con Dios

Mis novelas están en gran medida centradas en mi obsesión y quiero sacar a mis lectores de su vida cotidiana y obligarles a leer los libros de forma obsesiva, compulsiva, que se concentren de forma obsesiva en ellos, y esto seguramente puede reflejar la forma obsesiva en que yo escribo los libros. Los años en que transcurren las novelas de este nuevo cuarteto fueron difíciles para Estados Unidos. Los japoneses atacaron Pearl Harbour, dieron mucho miedo y Los Ángeles se convirtió en un lugar de locura, un lugar erizado. Se empezaron a hacer unas alianzas extrañas, la gente bebía más de la cuenta, se drogaban, se enamoraban de forma indiscriminada de cualquiera. Visto de forma retrospectiva parece un tiempo interesante sobre el que escribir. 

domingo, 29 de septiembre de 2019

Librería La Casquería : Inútil como un libro o ¡encontramos diez ejemplares del mismo libro!

Escrito por el administrado de la página web de dicha tienda:
Hace unos días, nos preguntaron si tendríamos diez ejemplares de alguna novela contemporánea en castellano para utilizarla en un curso de Español para Extranjeros. Ummm, clásica seguro, pensamos, pero ¿contemporánea? Y aunque aquí hay quien defiende (contra la excesiva ordenación y clasificación) que se viene a buscar, no a encontrar, a enredarse con lo que hay hasta dar con algo que se quiere, y no a tiro hecho, “pregunto y me voy”, nos pusimos el traje de buzo y nos sumergimos en el almacén que tenemos en los bajos del mercado, un pozo sin fondo que hasta ahora siempre gana en la batalla por colocar y encajar. Esto podría llevarnos a una reflexión que a nadie importa sobre por qué echarle más de tres horas a una ganancia de apenas 20 euros, pero baste concluir que en nuestro carácter parece que predomina el recelo o la incomprensión hacia ciertas palabras contemporáneas como “productividad” o “eficiencia”. “Sensatez”, “moderación”, “ponderación”, “cordura”… tendrán significado, pero nos suenan huecas. Así que la reflexión que viene a cuento parte de un dato: entre miles de títulos, solo encontramos diez ejemplares de dos: No creas que fue un sueño, de Terenci Moix, y El manuscrito carmesí, de Antonio Gala. Se repetían, pero sin llegar a la decena, Mazurca para dos muertos, de Cela, La busca, de Baroja, La tía Tula, de Unamuno, y algunos más… García Márquez, Laforet, Rosa Montero, Vargas Llosa, Pérez Reverte y otros y otras aparecían con frecuencia, pero en títulos diversos.


Alguna reflexión viene a cuento, cierto, pero no sabemos hacerla: ¿hay alguna pauta que guía las donaciones que llegan a La Casquería? ¿Hay libros de los que la gente se deshace con más desapego o hay libros que han tenido tanto recorrido, tanta divulgación que necesariamente toman puerto -no definitivo: nuestro deseo es que sigan viajẹ- aquí? Es cierto que algunos han formado parte de colecciones, pero no todos, ni todos los que han formado parte de colecciones ni todos los supuestos superventas se repiten con la misma frecuencia. Es cierto también que, entre nuestras ventas, hay algunos recurrentes que, de no haber hecho el viaje desde las profundidades del almacén a las estanterías de la librería y haber salido rápido, se habrían repetido en la búsqueda: Cien años de soledad, Rayuela, Nada, las policiacas de Mendoza y Vázquez Montalbán, algunas de Isabel Allende, por ejemplo, son novelas que vuelan rápido. Pero también vuelan rápido otras que apenas vuelven (y eso, a veces, duele: nos gustaría tanto que estuvieran más por aquí…). Así que de aquí podríamos tratar de sacar conclusiones, arbitrarias, seguro, pero ¿para qué nos servirían? ¿Para mejorar la “productividad”? ¿Para desarrollar estrategias de venta? ¿Para priorizar a unos y arrinconar a otros? Si hiciéramos tal cosa, si supiéramos hacerla, si pudiéramos hacerla, La Casquería sería otra librería. Y, la verdad, nos gusta como es, casi tan inútil como un libro.

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Fuente:
http://lacasqueria.com/2019/02/25/inutil-como-un-libro/

sábado, 28 de septiembre de 2019

Jorge Luis Borges supera su timidez, da conferencias y recibe respuesta de Silvina Ocampo


Se dice que en algún punto el doctor Miguel Cohen Miller ayudó a Borges. Logró que venciera su timidez y hablara en público. Dictó su primera conferencia en la Sociedad Científica Argentina, en la avenida Santa Fe y Libertad. Se trataba de una convocatoria realizada por el Colegio Libre de Estudios Superiores. Esa tarde superó su vergüenza ante el público. Por otra parte, había una cuestión económica en el medio porque comenzó a cobrar algunas charlas y más adelante se transformaría en una buena fuente de ingresos. A decir verdad, en un principio era muy reacio a cobrarlas. Debido a esta situación, existe un diálogo histórico entre Borges y una de sus ex, Silvina Bullrich. Cuando ya era un orador consumado, le explicó a Bullrich que él prefería hablar aunque no le pagasen, por el simple hecho de que le gustaba hacerlo. Cuenta María Esther Vázquez, presente en el auto cuando se dio el intercambio, que Silvina le respondió: "Ay, Georgie, te comportas como las putas que, cuando se enamoran, trabajan gratis". 

Voltaire comenta el sentido común

SENTIDO COMÚN. 
A veces se encuentra en las expresiones vulgares una imagen de lo que pasa en el fondo del corazón de los hombres. Sensus communis significaba para los romanos, además de sentido común, humanidad, sensibilidad. Como nosotros no valemos tanto como los romanos, esa expresión no significa para nosotros más que la mitad de lo que significaba para ellos. Sólo significa el buen sentido, razón tosca, razón sin pulir, primera noción de las cosas ordinarias, fase intermedia entre la estupidez y la inteligencia. Afirmar que un hombre no tiene sentido común es decirle una injuria muy grosera, pero decir que tiene sentido común también es una injuria, porque se quiere significar que no es estúpido del todo, sólo que carece de inteligencia. ¿De dónde proviene la expresión sentido común si no proviene de los sentidos? Cuando los hombres inventaron esa expresión estaban convencidos de que todo penetraba en el alma a través de los sentidos, de no ser así, ¿habrían empleado la palabra sentidos para designar la razón común? 
Suele decirse que el sentido común es muy raro; ¿qué significa esta frase? Quiere significar que en algunos hombres el desarrollo del raciocinio se ve detenido por algunos prejuicios, que el hombre que tiene buen juicio en un asunto no lo tiene en otro.  El árabe, que es buen matemático, un químico sabio o un astrónomo exacto, cree, sin embargo, que Mahoma puso la mitad de la luna en su manga. ¿Por qué va más allá del sentido común en las tres ciencias que acabo de citar, y está por debajo del sentido común cuando se trata de la mitad de la luna? Por la sencilla razón de que en los tres primeros casos ve con sus ojos y perfeccionó su inteligencia, y en el último caso ve por los ojos de los demás, cierra los suyos y pervierte el sentido común que posee. ¿Cómo puede producirse tan extraño trastorno del espíritu? ¿Cómo las ideas, que caminan con paso regular y firme por el cerebro sobre un gran número de objetos, pueden fallar tan miserablemente sobre un objeto mil veces más palpable y fácil de comprender? Ese hombre tiene los mismos principios de inteligencia; es preciso, pues, que tenga un órgano viciado, como sucede a veces al gastrónomo, que puede tener el gusto estragado respecto a algún alimento. ¿Por qué le falla la inteligencia a este árabe que ve la media luna en la manga de Mahoma? Por el miedo. Le imbuyeron la idea de que si no creía en eso su alma caería en el averno después de su muerte. Le han convencido, además, de que si duda de ello un derviche le tratará de impío, otro le demostrará que es un insensato que, poseyendo todos los motivos para creer, no quiso someter a la evidencia su ensoberbecida razón, y un tercer derviche le entregará al gobernador de una provincia y le empalarán legalmente. 
Todo esto aterroriza al buen árabe, a su mujer y a toda la familia; tienen buen sentido en todo lo demás, pero en este asunto les falla la inteligencia, lo mismo que la de Pascal, que continuamente veía un precipicio ante su sillón. Ahora bien, ¿cree realmente el árabe en el referido prodigio? Hace esfuerzos para creer en él y se dice: Esto es imposible, pero es verdad y creo lo que no creo. Acerca de la manga, se forma en su mente un caos de ideas que teme desembrollar, y precisamente esto es no tener sentido común.
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Diccionario Filosófico. Voltaire. Akal. 

miércoles, 25 de septiembre de 2019

James Ellroy y de dónde viene su interés por retratar Los Ángeles de los 40

En 1956, cuando tenía ocho años, yo creía que la Segunda Guerra Mundial todavía seguía. Algo dije que hizo que mi madre se diera cuenta de esto. Y me dijo: No, hijo, la guerra acabó tres años antes de que tú nacieras’. Digo de broma que no la creí. La Segunda Guerra Mundial está omnipresente en la cultura norteamericana, está profundamente incrustada en la conciencia del país. En el apartamento de mis padres en West Hollywood había un armario lleno de ejemplares de la revista Life. El taco era enorme. Hablaban del ataque de Pearl Harbor, del internamiento forzoso de japoneses, la guerra del Pacífico, la guerra de Europa, la guerra del Atlántico, la posguerra, los comités anticomunistas. Yo estaba fascinado con esas fotografías y esas historias. Tras el asesinato de mi madre, en 1958, mi interés se desvió hacia novelas policiacas. Uno de los primeros que leí fue un libro de Jack Webb, el creador de la serie Dragnet, que hablaba del asesinato de la Dalia negra. Aquel fue el primer crimen de LA al que me enganché. Como se sabe, se acabó mezclando con el asesinato de mi madre [en el libro La Dalia Negra].

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El diccionario más prestigioso de EE.UU. acepta el pronombre "they" como sin género


Merriam-Webster editorial anunció ayer que la palabra puede usarse para referirse a una sola persona cuya identidad de género no es binaria, junto con otras tres definiciones separadas. Asimismo, brindó un ejemplo para clarificar: "Sabía ciertas cosas acerca de ... la persona que estaba entrevistando... ("They") adoptó su nombre de género neutral hace unos años, cuando comenzó a identificar conscientemente como no binario, es decir, ni hombre ni mujer. Estaba en sus veintes, trabajando como planificador de eventos".

Al justificar su decisión, desde la editorial que publica los diccionarios, fundada en 1831, en Springfield, Massachusetts, señala que tiene evidencia en sus archivos del "they" no binario desde 1950. Incluso advierte que es probable que existan usos más tempranos del pronombre no binario.

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Fuente:
https://www.lanacion.com.ar/cultura/they-pronombre-singular-binario-sin-genero-masculino-nid2288948

viernes, 20 de septiembre de 2019

Marcelo Cohen: William Burroughs y el cut-up


Para William Burroughs la palabra era literalmente un organismo vírico, un agente físico de reproducción de contenidos. El virus se expresaba en el sujeto huésped en forma de dependencia de las líneas, un fenómeno medular, comparable a la adicción a la heroína, que afectaba a toda la civilización y a cada conciencia. Burroughs detectó la relación íntima entre la narrativa lineal de nudos y desenlaces, la serie aguja-droga-vena y la serie del tipo Dios-país-clan-familia-matrimonio-Yo, que cristalizaba en el gran relato de la consumación de la historia, cristiana o revolucionaria. De modo que rehizo la novela como arma para reventar la conciencia, derramarla en múltiples planos e incorporar a la mente todo lo que el automatismo de la línea le impide experimentar. El dispositivo clave de la operación es el hoy famoso cut-up, un sistema de corte del párrafo o la página para pegar los fragmentos en otro orden, luego enriquecido con pedazos de textos de todo tipo, propios, citados o robados, una suerte de collage verbal, y más tarde practicado con cintas de grabador. El párrafo poliédrico dispondría la conciencia a captar los planos múltiples y cruzados de cada situación; a reemplazar la sucesión por la sincronía. Burroughs se proponía nada menos que suplantar la rigidez del tiempo por la heterogeneidad del espacio. En la novela instalación que puso a punto y haría escuela caben el ensayo telegráfico y una mitología del humor sedicioso: la Máquina Blanda, los gánsteres galácticos, el Chico Subliminal, la interzona.


H.P Lovecraft habla del cuento fantástico


El auténtico cuento fantástico tiene algo más que asesinatos secretos, huesos ensangrentados o figuras cubiertas con sábanas que agitan chirriantes cadenas, de acuerdo con las normas. Debe haber cierta atmósfera de intenso e inexplicable pavor a fuerzas exteriores y desconocidas; y una alusión, expresada con una gravedad y una execración que se convierten en el tema principal, a esa idea sumamente terrible para el cerebro humano: la maligna y concreta suspensión o rechazo de esas leyes fijas de la Naturaleza que son nuestra única salvaguardia frente a los ataques del caos y de los demonios del espacio insondable. Como es natural, no podemos esperar que todos los relatos fantásticos se ajusten completamente a un modelo teórico. Las mentes creadoras son desiguales, y los mejores géneros tienen sus puntos débiles. Es más, la mayor parte de las obras fantásticas de primera calidad no son conscientes; aparecen diseminadas en fragmentos memorables dentro de un material cuyo efecto en conjunto puede ser de muy distinta índole.


jueves, 19 de septiembre de 2019

Paul Auster no entiende los comentarios de Jonathan Franzen


(Carta a J. M. Coetzee)


A principios de junio, unos días antes de marcharnos a Europa, la New York Times Book Review publicó un artículo del novelista norteamericano Jonathan Franzen sobre el septuagésimo aniversario de la publicación de El hombre que amaba a los niños, de Christina Stead. Un artículo nada malo, realmente; en conjunto muy perspicaz y provechoso, pero empezaba con el siguiente párrafo, que encuentro muy extraño: «Existe una serie de razones por las cuales este verano no debe leerse El hombre que amaba a los niños. Es una novela, en primer lugar; ¿y acaso no hemos llegado muy en secreto a una especie de acuerdo, hace uno, dos o tres años, de que las novelas pertenecen a la era de los periódicos y van por el mismo camino que la prensa solo que a mayor velocidad? Como suele decir un viejo amigo mío, profesor de inglés, las novelas constituyen una curiosa cuestión moral, en el sentido de que nos sentimos culpables por no leer más pero también por hacer algo tan frívolo como leerlas; ¿y no nos sentiríamos todos mejor si cargáramos con una culpa menos en este mundo?». 

Carta de James Joyce a su esposa Nora: pedos, pajas y su cogida más sucia.

8 de diciembre de 1909 44 Fontenoy Street, Dublín.

Resultado de imagen para Nora joyceMi dulce putita Nora, he hecho como me lo pediste, muchachita sucia y me hice dos pajas mientras leía tu carta. Me deleita ver que haces como si te cogiera por atrás. Sí, ahora puedo recordar esa noche cuando te cogí por atrás mucho rato. Fue la cogida más sucia que te he dado, querida. Horas y horas mi sexo estuvo duro dentro tuyo, entrando y saliendo de tu trasero vuelto hacia arriba. Sentía tus rollizas nalgas sudorosas bajo mi vientre y veía tu rostro y tus ojos enloquecidos. A cada una de mis arremetidas tu desvergonzada lengua salía de entre tus labios, y si te embestía con mayor fuerza que la usual, gruesos y sucios gases surgían balbuceantes de tu trasero.

Tenías un culo lleno de pedos aquella noche, querida, y con la cogida salieron todos para afuera, gruesos camaradas, otros más ventosos, rápidos y pequeños requiebros alegres y una gran cantidad de peditos sucios que terminaron en un largo chorrear de tu agujero. Es delicioso cogerse a una mujer con pedos cuando cada embestida le saca uno. Estoy seguro que reconocería los pedos de Nora en cualquier parte. Estoy seguro que podría reconocer los de ella en un cuarto lleno de mujeres flatulentas. Es un ruido mucho más juvenil, que en nada se parece a los flatos húmedos que deben poseer las esposas gordas. Es más repentino y seco y sucio como el que imagino haría para divertirse una muchacha desnuda en el dormitorio de la escuela por la noche. Espero que Nora dejará escapar sus gases en mi rostro para que también pueda conocer su olor. Dices que a la vuelta me vas a chupar y quieres que lama tu sexo, pequeña pícara depravada. Espero que alguna vez me sorprendas durmiendo vestido, me asaltes con un destello de puta en tus soñolientos ojos, me desabroches con suavidad, botón por botón en el vuelo de mi trusa, y saques gentilmente la gruesa fusta de tu amante, la escondas en tu boca húmeda y la mames hasta que dura y erectísima acabe en tu boca. Algunas veces también te sorprenderé dormida, levantaré tu camisón y abriré suavemente tus bombachas calientes; suavemente me recostaré y comenzaré a lamer con placidez alrededor de tu sexo. Te agitarás incómoda, entonces lameré los labios del sexo de mi querida. Te pondrás a gruñir y a gemir, a suspirar y pedorrear ávida en tu sueño. Entonces lameré mas rápido, como un perro voraz, hasta que tu sexo sea una masa de suciedad y tu cuerpo un corcoveo salvaje. ¡Buenas noches, mi pequeña Nora pedorra, mi sucia pajarita cogedora! Hay una palabra amable, querida que subrayaste para que me masturbara mejor. Escríbeme más acerca de eso y de ti misma, dulcemente, totalmente sucia, totalmente sucia. JIM 

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Cartas de amor a Nora Barnacle. James Joyce. Editorial Leviatán / http://elaleph.com/

Albert Camus alegre por el Nobel de Pasternak


Carta a René Char 
[L’Isle-sur-la-Sorgue, 23 de octubre del 58] 

Querido René: 
Falta poco para que vuelva.Su país ha estado bellísimo, limpio por el mistral, claro y misterioso. Y no hay camino donde no le tenga presente. Su amigo A.C
De noche — ¡Qué gran noticia, lo de Pasternak! Henos aquí de nuevo reunidos por la dicha y la amistad.

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Nota del libro: Borís Pasternak acababa de recibir el Premio Nobel de Literatura, que le valdrá desgracias y persecución. El 30 de mayo de 1958, ya le había escrito a Char: «[…] continúan las difamaciones, nuestros dirigentes literarios me acusan de traición (lo que siempre supone una amenaza real; habría que desearles a los “librepensadores” como Louis Ar[agon] que tuvieran que padecer estas perfidias)». Pasternak se vio obligado a renunciar al Nobel. Murió dos años después.

Correspondencia 1946-1956 Albert Camus, René Char, Alfabeto. 

Carta de Herman Hesse a Stefan Zweig sobre la novela "Erika"

Querido señor Zweig: 

¡Muchísimas gracias por su Erika[117] que he leído en los últimos días! El libro me ha deparado variadas alegrías y le felicito por ello. No quiere eso decir que lo considere perfecto, pues me resulta —¿cómo decirlo?— un tanto vago en su esbozo y demasiado delicado en el lenguaje, demasiado lírico. La verdadera narración desaparece quizá tras lo descriptivo, tras un razonamiento de carácter psicológico. El personaje de Erika, en particular, palidece un poco a causa de ello. 

Pero éstos son, a fin de cuentas, aspectos de carácter técnico. En general, sus novelas cortas encierran una hermosa poesía y están respaldadas por una personalidad muy bien definida: eso es lo principal. Esa delicadeza sólo dificultará el éxito externo, pero no, ciertamente, el que se puede alcanzar dentro de un círculo más pequeño de lectores. 

Es una lástima que el libro no encaje en el marco de mis reportajes mensuales,[118] en los que suelo ocuparme preferiblemente de una literatura más popular. Pero tal vez usted pueda conseguir que yo reseñe su Erika en Das literarische Echo. ¿Qué le parece? Lo haría con enorme satisfacción.[119] 

Perdone mi brevedad de hoy. Pienso en usted con mucho afecto, pero mi tiempo y mi estado de ánimo se ven arruinados de momento, debido a una enfermedad de mi esposa[120] y cierta sobrecarga de trabajo. De todos modos, no quería hacer esperar mis muestras de gratitud. Siempre desde la amistad más afectuosa y agradecida, suyo, 

H. HESSE



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Correspondencia Hermann Hesse, Stefan Zweig. Acantilado. Página 42. 

miércoles, 18 de septiembre de 2019

La herencia de Toni Morrison para Zadie Smith


Leí las primeras novelas de Toni Morrison muy joven, probablemente un poco demasiado joven, cuando tenía alrededor de 10 años. No siempre podía seguir sus experimentos lingüísticos o la densidad de sus expresiones metafóricas, pero a esa edad lo que importaba incluso más que su escritura era el hecho de sí misma. Sus libros inundaban las estanterías de nuestro salón y aparecían en múltiples ejemplares, como si mi madre estuviera intentando asegurarse de que Morrison había llegado para quedarse... En las estanterías de mi madre sí que había “escritoras negras” y “Toni” era la primera entre ellas, pero ninguno de esos seres se mencionó jamás en ninguna de las clases a las que asistí y no puedo recordar haber visto nunca a ninguna en televisión, o en los periódicos, o en ninguna otra parte. Por eso, leer Ojos azules, Sula, La canción de Salomón y La isla de los caballeros por primera vez fue algo más que una experiencia estética o psicológica; fue algo existencial. Como muchas chicas negras de mi generación, le di a Morrison, como persona individual, una función imposible. Quería ver su nombre en el lomo de un libro y sentir la misma presunción lánguida y la misma seguridad arrogante de relación familiar, de potencial heredado, que sentía cualquier chico anglosajón en el colegio —independientemente de lo poco cultivado o lo indiferente que fuera hacia la literatura— cada vez que oía el nombre de William Shakespeare, por ejemplo, o de John Keats.

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Diario El País.

Siri Hustvedt sobre ser esposa de Paul Auster


Hustvedt se ha ganado con creces un lugar en el panorama literario actual, pero se resigna a escuchar una y otra vez la inevitable pregunta: ¿Le molesta que se refieran a ella como la mujer de Paul Auster? “No es algo personal, lo entiendo”, respondió este miércoles en Londres. “Se trata más bien de algo que tiene que ver con el hombre, la mujer y el sexismo, con la idea continua de que la identidad de una mujer se forma y se vincula a la de un hombre, de un modo en que no les ocurre a ellos. En mi caso, el reconocimiento ayuda a derrotar esa idea, pero eso no quiere decir que desaparezca. Y aunque en mi caso desaparezca, no les ocurre lo mismo a otras mujeres que trabajan en ese contexto”.


José Balza sobre el boom latinoamericano y la situación de venezuela.

La gente habla siempre del boom. Eso está muy bien. Sin embargo, el boom no es la literatura latinoamericana: antes hubo extraordinarios autores y hoy también hay autores extraordinarios, que escriben sin que se note. El boom fue un fenómeno felizmente económico, político y editorial, pero ese fenómeno sigue produciéndose, aunque no se vea.


"Si nos fijamos en Venezuela, allí la literatura y todo el país está en situación de enfermedad grave. No entiendo por qué demonios esta gente, desde Chávez hasta hoy, se empeñaron en destruir el país. No hay que pensar en ideología comunista ni capitalista, simplemente hay que pensar en perversión humana, en dañar a los demás, y los más destruidos, claro, son los pobres. Yo calculo que en estos 20 años serán más de siete millones los venezolanos que se han ido. Y no por placer. ¿Qué significa un socialismo para llevar a la población a eso? Y la literatura no escapa a esa situación. ¿Qué valor tiene hoy publicar libros sobre el Che, Castro, Chávez, los libros de Marta Harnecker, Las venas abiertas de América Latina? Son libros que perdieron su actualidad; el dolor por la humanidad doliente es la que sufre hoy Venezuela, no aquella de la que hablaba esta gente. Lo triste, lo peor, es que hay muchos poetas, algunos amigos que yo quise mucho, que están ahí, al mando de la revolución, destrozándonos. Espero que la historia les reclame. Hay pequeñas editoriales heroicas, y felizmente ha aparecido Internet, donde se cuelan cosas valiosas, como la página prodavinci, trópico absoluto… es por allí que fluye el mundo.

Hoy, después de tantos años, lo que más me gusta es aprender palabras. Palabras nuevas, o quizá ver la etimología de una palabra en la que yo nunca había pensado. Es como si descubrieras sentidos nuevos de tu propia existencia". 


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Entrevista en diario El País. 

domingo, 15 de septiembre de 2019

Martín Caparró sobre Bioy Casares


ESTE 15 DE SEPTIEMBRE Bioy habría cumplido años. Es rara nuestra relación con los aniversarios: como si cada quien tuviera derecho a una 365ava parte del tiempo; como si hubiera, entre todos los días tan ajenos, uno propio. Hoy Bioy habría cumplido 105 años, y es una cifra boba: nadie, salvo mi bisabuelo Pinje, soporta cumplir tanto. Y hoy y Bioy son palabras distantes; ahora en España, sin ir más lejos, pocos lo recuerdan. Adolfo Bioy Casares se ha vuelto el tercero excluido en ese triángulo donde imperan su esposa, una tal Silvina Ocampo, y su mejor amigo, un tal Jorge Luis Borges.

Los suyos lo llamaban Adolfito; vivió una vida que muchos envidiaron. Su padre tenía campos y más campos y vacas y más vacas y la leche; él siempre tuvo plata y buena planta. Uno de sus pocos trabajos fue redactar —en 1937, junto con Borges— un largo folleto sobre las propiedades del yogur que fabricaba su familia, lleno de historias de búlgaros que, por tomarlo, se volvían poco menos que inmortales. Pero más se dedicó a escribir, vivir, viajar, jugar al tenis, seducir, preocuparse porque no era tan bueno, escribir más. Había empezado muy temprano: su papá le pagó la edición de su primer libro a sus 15 años, y antes de sus 25 ya se habían publicado cinco o seis.

—Durante todo ese tiempo yo notaba que mis amigos, no sólo los escritores, sino también los deportistas, o simplemente los muchachos ranunes de Buenos Aires, sufrían cada vez que salía un libro mío. Supongo que ellos me consideraban una buena persona, un tipo no del todo estúpido, y yo los agredía una vez por año con algo horrible, que creaba una situación social desagradable, porque ¿qué se le puede decir a una persona que ha escrito algo así?

Me dijo hace 34 años, cuando lo entrevisté para estas mismas páginas. Después, me dijo, fue aprendiendo a contenerse —y, por las mismas, a escribir—: a lo largo de su vida publicó media docena de novelas, varios volúmenes de cuentos, antologías, las historias de don Isidro Parodi en colaboración con Borges. Fue un prosista elegante, preciso, con gran imaginación para las tramas; su novela más resonante, La invención de Morel, es futurismo de 1940; ahora el mundo es demasiado otro —y se parece al que imaginó en ese relato: la realidad virtual que él supuso entonces ya es casi real. En su prólogo, Borges escribió que no era “una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta”. Pero quizás El sueño de los héroes —menos exacta, más caótica— sea mejor.

Gabriel García Márquez se entera de la muerte de Ernest Hemingway

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Una semana después —si bien García Márquez ha dicho que fue al día siguiente de su llegada—. nada más levantarse por la mañana, Juan García Ponce le dio una noticia: «Escucha esto —bramó el mexicano, que en una ocasión había hecho una sonada visita a Barranquilla v enseguida había aprendido a hablar como un costeño—, el cabrón de Hemingway se partió la madre de un escopetazo»: Así que lo primero que García Márquez escribió, poco después de su llegada a México, fue un largo artículo en homenaje al difunto escritor norteamericano. El texto, «Un hombre ha muerto de muerte natural», fue publicado el 9 de julio por el influyente intelectual Fernando Benítez en México en la Cultura, el suplemento literario de uno de los diarios más destacados del país, Novedades. García Márquez, a todas luces emocionado por la muerte del hombre con quien años antes se había cruzado en aquel bulevar parisino, anticipó: «El tiempo demostrará también que Hemingway. como escritor menor, se comerá a muchos escritores grandes, por su conocimiento de los motivos de los hombres y los secretos de su oficio». 


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Gabriel García Márquez. Una vida.  Gerald Martin. Editorial Debate. Páginas 312.

Cuando Gabriel García Márquez conoció a Ernest Hemingway

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Un radiante día a principios de 1957 alcanzó a ver a su ídolo, Ernest Hemingway, caminando con su esposa, Mary Welsh, por el boulevard Saint-Michel, en dirección al Jardin du Luxembourg; Ilev,tba unos vaqueros gastados, camisa de leñador y gorra de béisbol. García Márquez, demasiado tímido para abordarlo, pero demasiado excitado para no hacer nada, gritó desde el otro lado de la calle: «¡Maestro!». El gran escritor, cuya novela acerca de un anciano, el mar y un enorme pez había inspirado en parte la novela que el hombre más joven había terminado hacía poco acerca de un anciano, una pensión del gobierno y un gallo de pelea, levantó la mano y respondió, «con una voz d. 31 un tanto pueril»: «¡Adiós, amigo!».

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Gabriel García Márquez. Una vida.  Gerald Martin. Editorial Debate. Páginas 253-254.

La gran biblioteca de Javier Marías

Las estanterías de Javier Marías sirvieron a la publicidad durante años. Desvela Marchamalo que el fabricante se enamoró de la obra, una vez rebosante de libros, y la usó en revistas. Marías atesora unos 20.000 volúmenes, apilados por toda la casa. Con los años, ha acabado pareciéndose al hogar de sus padres, donde los libros crecían de un día para otro. La gran diferencia, cuenta el periodista, es que el novelista los ordena y en la casa paterna se dejaban sueltos esperando que ellos mismos se acomodasen.



Jorge Herralde, en las Giardinetto Sessions


Sergio Ramírez: habla de la conjura de los necios, las fiestas y la literatura.


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¿Qué libro le hubiese gustado haber escrito?
Guerra y Paz. Aunque fuera un solo capítulo.

¿Qué personaje literario se asemeja a usted? 
No sé si por semejanza, pero me hubiera gustado ser Edmond Dantès. No hay otro personaje como él en la literatura.


¿Qué le reprochan sus amigos?
A los que les gusta amanecer, lo temprano que me voy de las fiestas.
¿Qué le diría al presidente Ortega?
Que si ha vuelto a leer La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. Conocí esa novela gracias a él.

¿Cuál es el mejor consejo que le dio alguno de sus padres?
“Hijo, tenés que volver a la literatura, la literatura es lo tuyo”, insistía mi madre cuando llegaba a visitarla a Masatepe siendo vicepresidente.

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"Tolstoi y Shakespeare" George Orwell

Primero de dos escritos donde Orwell da su comentario sobre el ensayo de Tolstói donde ataca a Shakespeare.

La pretérita semana anoté que arte y propaganda nunca se separan totalmente, y que lo que se supone es puramente estético juicio es siempre corrompido por amplios afanes morales o políticos o religiosos. Y añadí que en conflictivos tiempos, tales como los recién idos diez años, en que la persona pensante no podía ignorar los sucesos que lo circundaban ni soslayar partidismos, esos sustanciales afanes fueron empujados hasta la superficie de la conciencia. El criticismo deviene más y más cínicamente partidista, e incluso la pretensión de imparcialidad se dificulta. Mas no se puede inferir de ello que no hay tal cosa como el juicio estético, que toda obra de artista es ramplonería, sólo panfleto político que puede juzgarse como tal. Si así razonamos movemos nuestra mente hasta calleja sin salida, en la que ingentes y obvios acontecimientos devienen inexplicables. Para ilustrarlo examinaré gran pieza de moral, de criticismo no estético -criticismo antiestético, dígase-, que es de lo más egregio que se ha escrito: el ensayo de Tolstoi acerca de Shakespeare.
Hacia los fines de la vida Tolstoi redactó terrible vituperio contra Shakespeare, con la intención de mostrar no sólo que Shakespeare no fue el gran ser que se decía, sino que fue escritor ayuno de mérito, de los peores y más deleznables que el mundo ha visto. Tal ensayo causó tremebunda indignación en la época, aunque dudo que haya sido satisfactoriamente refutado. Y debo apuntar que en general no fue refutado. Partes de lo que Tolstoi aseveró son estrictamente veraces, y otras partes son cuestiones de personal opinión que no vale la pena debatir. No digo yo, claro, que no haya en el ensayo detalles que no sean discutibles. Tolstoi se contradice en varias ocasiones. El hecho de tratar con extranjero idioma causa que tergiverse mucho, y pienso que poco se duda de que el desdén y celo hacia Shakespeare lo hizo recurrir a cierta falsificación, o al menos a voluntaria ceguera. Pero todo esto está allende la cuestión. Lo que Tolstoi dice genéricamente lo justifica a su modo, y en su tiempo eso fue útil correctivo contra la adulación estulta de Shakespeare al uso. La respuesta para esto es menos de lo que podría decir: que ciertas cosas las dijo Tolstoi forzado por él mismo.

El principio de la diatriba de Tolstoi es que Shakespeare es trivial, superfluo escritor sin filosofía coherente, sin pensamientos o ideas que valga la pena tratar, y desinteresado por los problemas sociales o religiosos y de débil comprensión, y se podría decir que de actitud simple ante todo con una cínica, inmoral y mundana perspectiva de la vida. Lo acusa de remendar las obras sin dos peniques de interés por la verosimilitud, de urdir fábulas fantásticas y situaciones imposibles y de hacer que todos los personajes hablen en lenguaje floridamente artificioso distinto al de la vida real. También lo acusa de entreverar cualquier cosa, todo, en las obras -soliloquios, baladas fragmentadas, discusiones, vulgaridades, etc.-, sin pensar detenidamente si eso tiene que ver con las tramas, y además de admitir la inmoralidad del poder político y las injustas distinciones sociales del tiempo en que vivió. En suma, se acusa de ser no sosegado, desaliñado escritor, hombre de laxa moral y, sobre todo, de no ser un pensador.

Ahora, mucho de esto puede ser contradicho. No es verdad, en el sentido implicado por Tolstoi, que Shakespeare fue escritor sin moral. Su código moral podrá diferenciarse del de Tolstoi, pero definitivamente “posee” un código moral que se trasluce en toda obra suya. Moraliza mucho más que, por ejemplo, Chaucer o Boccaccio. Y no es tan necio como asevera Tolstoi. De repente, incidentalmente, se podría decir, muestra visión del mundo que sobrepasa su época. Según lo dicho, debemos movernos hasta una crítica pieza que Marx redactó -quien, en parangón, a Shakespeare admiró- acerca del Timón de Atenas. Pero nuevamente lo dicho por Tolstoi es verídico en general. Shakespeare no es pensador, y los críticos que sostuvieron que él fue de los más grandes filósofos del mundo profirieron sinsentidos. Sus pensamientos son meros abigarramientos, ropavejería. Fue como el típico inglés, que ostenta un código conductual, mas no una visión del mundo, no facultades filosóficas. De nuevo, es totalmente cierto que Shakespeare poco se ocupó de lo verosímil y que rara vez trató de crear personajes coherentes. Sabemos hoy que usualmente hurtó argumentos de otras gentes y que corriendo los hizo obras teatrales, donde de ordinario metió absurdidades e inconsistencias no presentes en los originales.

Nuevamente, cuando le acaece crear infalible trama -Macbeth, digamos-, los personajes son razonablemente consistentes, mas en varios casos son forzados a actos que son completamente increíbles según cualquier ordinario parámetro. Muchas de tales obras carecen, incluso, del tipo de verosimilitud perteneciente a los relatos mágicos. En todo caso, no podemos evidenciar que él las consideró con seriedad, pero sí como recursos de sobrevivencia. En los sonetos nunca refiere que esas obras son parte de sus literarios logros, y sólo una vez, con vergonzante rostro, dice que fue actor. Tolstoi, hasta ahora, está justificado. Aseverar que Shakespeare fue profundo meditador enarbolando coherente filosofía dentro de obras perfectas técnicamente, saturadas de consideraciones psicológicas finas, es risible.

¿Pero Tolstoi qué logró? Por tan fúrica diatriba debió demoler todo Shakespeare, y es evidente que creyó lograrlo. Desde la época en que Tolstoi redactó el ensayo, o en todo caso, desde que se empezó a leer ampliamente, la reputación de Shakespeare debió derruirse. Los shakespirianos debieron de notar que era el ídolo desacreditado, que de hecho carecía de méritos, que debían cesar al punto de complacerse en él. Pero eso no acaeció. Shakespeare, siendo demolido, de algún modo sigue enhiesto. Lejos de ser olvidado por el ataque de Tolstoi, es el ataque mismo el que casi se olvida. Aunque Tolstoi es escritor popular en Inglaterra, las traducciones del ensayo andan fuera de impresión, y tuve que buscar en todo Londres antes de correr a la tierra firme de los museos.

Parece, por consiguiente, que aunque Tolstoi puede explanar todo lo concerniente a Shakespeare, hay algo que no puede explanar, y es su popularidad. Sabedor de ello, es muy confundido por ello. Dije al principio que Tolstoi se obliga a dispensar tales respuestas. Se pregunta cómo Shakespeare, tan mal, estúpido e inmoral escritor, es por doquier admirado, y finalmente sólo puede explanar que eso es merced a cierta mundial conspiración para pervertir la verdad. O esto es una suerte de colectiva alucinación -hipnosis, dice- que a todos, menos a Tolstoi, ha dominado. Sobre cómo la conspiración o engañifa inició, obligado habla de las maquinaciones de ciertos germánicos críticos en los principios del siglo XIX. Ellos iniciaron aseverando la mentira funesta de que Shakespeare es gran escritor, y nadie desde eso tuvo coraje para contradecirlos. Bien, pues no es menester gastar mucho tiempo en teorías de tal tipo, que son sinsentidos. La enorme mayoría de la gente que ha gozado ante las obras de Shakespeare no ha sido influenciada por los germánicos críticos ni directa ni indirectamente. Muy real es la popularidad de Shakespeare, que llega hasta la ordinaria gente, que no es letrada. Desde que vivió ha sido dilecto en los tablados de Inglaterra, y es popular allende los países angloparlantes, en lo más de Europa y en asiáticas partes. Casi mientras esto digo el gobierno soviético conmemora que feneció ha trescientos veinticinco años. En Ceilán, cierta vez, vi obra suya ejecutada en algún idioma del que no conozco ni una palabra. Debemos concluir que algo bueno -algo durable- ostenta Shakespeare que millones de gentes ordinarias aprecian, aunque a Tolstoi le acontezca no lograrlo. Soportará el hecho de que sea abigarrado pensador de obras saturadas de inverosimilitudes. No puede ser desacreditado por tal método, por el que se puede destruir una flor con sermones.

Y eso, pienso, dice algo de aquello que referí la pasada semana: las fronteras del arte, de la propaganda. Muéstranos las limitaciones de cualquier criticismo que es sólo crítica de temas y de sentidos. Tolstoi no critica al poeta Shakespeare, sino al pensador y al maestro, y con tal argumento sin dificultad lo destruye. Con todo, lo que asevera es irrelevante. Shakespeare queda completamente indemne. No sólo la reputación, sino el placer que nos dispensa se sostiene como antaño. Es evidente que, aunque el poeta es más que el pensador y que el maestro, también debe ser ambas cosas. Cada escrito ostenta un propagandístico aspecto, pero en todo libro u obra o poema perdura el residuo de algo que simplemente no es afectado por la moral o el significado -residuo de eso que denominamos arte. En ciertos límites el pensar mal, el mal moralizar, logra buena literatura. Si un gran hombre como Tolstoi no pudo demostrar lo contrario, dudo de que alguien más pueda.-

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Ignacio Valenzuela: libros que cambian vidas

¿Qué libro le hubiera gustado escribir?
Resultado de imagen para José Ignacio ValenzuelaEl guardián entre el centeno. Es un libro que me emociona y todavía no descubro por qué. Es un libro que lo leo con las sensaciones, no con el intelecto. Es un libro que me emociona cada vez que lo leo, que admiro y envidio enormemente. 

¿Qué libro le cambió la vida?
Cónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez. Me lo regaló mi abuela cuando cumplí 13 años, me acuerdo perfectamente, y descubrí lo que se podía llegar a hacer con las palabras. 



Entrevista para diario EL PAÍS.
https://elpais.com/cultura/2019/02/26/actualidad/1551137135_270987.html

¿Cómo escribir a la sombra de Borges, Cortázar y Bioy?

¿Cómo no hacerlo?
Por Leila Guerriero

Jorge Luis Borges fotografiado en Palermo (Sicilia) en 1984.
El ensayo La herencia Borges, del argentino Alan Pauls, empieza así: "La literatura argentina actual no tiene escritores borgeanos. Busquen el estilo, el tono, la prosa, el programa narrativo, los temas que hicieron célebre al maestro y no los encontrarán en ningún lado". Y termina con estas líneas: "Si podemos escribir a partir de Borges (...) es porque Borges, en rigor, no nos enseñó a escribir sino a leer; nos enseñó que el que puede pararse ante la literatura como un lector puede escribirlo todo". Esa podría ser una respuesta a la pregunta de si se puede escribir a la sombra de Cortázar, Bioy, Borges, etcétera. Muchos han pensado en torno al tema, de modo que aquí apenas podría decirse, quizás, que una posible respuesta no debería desconocer un dato obvio: que, sin ir más lejos, esos tres escritores fueron contemporáneos entre sí y que, entonces, escribieron a la sombra de los otros y que, así y todo, escribieron (no imagino a ningún escritor argentino diciéndose “Oh, no, ¿qué haré yo, pobre mortal, después de Borges/Cortázar/Bioy?”, ni a uno uruguayo diciéndose “Oh, no, Onetti”, etcétera). Pensaba, también, que una posible respuesta no debería desconocer otro dato obvio: que esos autores están bendecidos por algo que los contemporáneos aún no tienen: la perspectiva del tiempo. Borges no siempre fue Borges, Cortázar no siempre fue —incluso ahora: no siempre es— Cortázar. Pensaba, finalmente, que la mejor respuesta la dio, en la revista Letras Libres, Horacio Castellanos Moya: "¿Cómo escribir después de Borges? ¿Cómo escribir luego de Homero? (...) ¿Cómo escribir luego de Cervantes? ¿Cómo escribir luego de Flaubert? (...) Pues de la misma forma que se ha venido escribiendo a lo largo de los siglos". ¿Se puede escribir en la Argentina a la sombra de esos nombres? Si para escribir se empieza por leer (¿quién quiere escribir si no ha leído?) la respuesta sería, más bien: ¿cómo no hacerlo?


Putativo
Por Martín Caparros

La frase le había quedado bonita: "Lo difícil no es escribir, como decía Günter Grass, después de Auschwitz; lo difícil es escribir después de Borges”, dijo un escritor argentino casi contemporáneo. Creo que se equivocaba: lo difícil fue escribir después de Cortázar. Borges hizo de su literatura un mejillón: cerró casi todo lo que llegó a tocar. Sus textos no planteaban, para el neófito entusiasta, más problemas que el de reconocer que había llevado su escritura a una vía muerta. Imitar a Borges era una tontería: cualquier párrafo con espejos o laberintos que fatigara una página de arena olía tan fuerte a tigre mal soñado. Otra opción, más fecunda, era retomar pautas borgianas generales: cuando Ricardo Piglia hace en Respiración artificial una cruza de relato y ensayo está recuperando una de sus operaciones más clásicas. Que resulta también muy acotada. En cambio, Cortázar ofrecía algo mucho más tentador: un ritmo, una respiración, una forma posible de acumular palabras —además de un mundo de culturas pop coquetas hecho de jazz, París, Guevaras sobrehumanos, ocultismos varios—. Pero lo básico era la música de su prosa, y esa música impregnó la de tantos argentinos que empezaron a escribir en los 60 y 70. Por eso, después, el rechazo: había que sacudirse esa pátina demasiado visible, que cortarse la lengua paterna. Pero eso pasó hace décadas, y hay muertos que enterraron a esos muertos. Hoy lo más notable de la literatura argentina es que ya no muestra influencias fuertes del uno o del otro: aquellos padres, más que muertos, se volvieron presuntos, putativos. Tanto que su lección más decisiva —que nuestro lugar en el extrarradio del mundo nos permitía hablar de cualquier cosa, del mundo— ya no cursa. La narrativa argentina más reciente abandonó el cosmopolitismo de los putativos para encerrarse más y más en su provincia: se latinoamericanizó. Ni el uno ni el otro, imagino, entenderían.

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Reproducido enteramente de : https://elpais.com/cultura/2014/11/27/babelia/1417103586_935344.html

Martín Caparrós entre bigotes


El escritor y periodista argentino Martín Caparrós en 2010.
Felipe Sánchez, de nuevo con esos comentarios sagaces en los que bajo una categoría particular mete a un grupo variopinto de autores: 

"Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) tiene, junto a Gabriel García Márquez y Gustave Flaubert, uno de los bigotes más emblemáticos de la literatura".

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Nietzsche faltaría añadirlo, es más literario que filosófico, según yo.