lunes, 30 de septiembre de 2019

Sergio Vila-Sanjuán narra su experiencia entrevistando a Milan Kundera


Debió ser Mónica Fainberg, entonces jefa de prensa de la editorial (Seix Barral), quien unos días más tarde me llamó para explicarme que Kundera venía a Barcelona y preguntarme si le quería entrevistar. Acepté la propuesta, claro. Y una lluviosa tarde de marzo de 1982 me encontré con Kundera en el hotel Colón. Me chocó su parecido con el entonces papa Juan Pablo II. Yo iba decidido a expresar mi admiración al autor de aquellas páginas maravillosas. Cuando acabé El libro de la risa y el olvido estaba atónito ante el magnetismo de una literatura tan culta como clara e irónica. Pero ignoraba que no iba a tratarse de un interlocutor sencillo.

Pocas cosas hay más fáciles en el mundo que hacer hablar a la gente. A casi todo el mundo le gusta explicar sus ideas y sus vivencias. Y cuando se trata de autores o actores o creadores de cualquier tipo en gira promocional, aún más.

Pero ese no era su caso. Lancé mi primera pregunta y el escritor permaneció callado, mirándome fijamente, mientras el tiempo empezaba a correr. Tic tac, tic tac. Kundera no contestaba. Yo no sabía si es que no entendía mi mal francés o que alguna cosa le había molestado. Tic tac, tic tac.

Balbuceé una segunda pregunta. Sudaba.

Y entonces, y sólo entonces, de forma pausada y elaborada, con brillantez, Kundera arrancó a contestar la primera. 

Lo mismo ocurrió con la segunda, con la tercera y con la cuarta. Kundera no se decidía a responder, hasta que yo, desesperado, pasaba a otro tema. No desplegaba la charla automática del escritor en promoción. ¡Kundera realmente meditaba sus respuestas!

Finalmente todo lo que dijo estuvo muy bien y el texto quedó redondo. Varios años más tarde me contaron que el autor checo, cuando ya se hizo muy famoso, decidió negarse a conceder más entrevistas. Visto lo que parecía sufrir con ellas, no me extrañó.

---

Fuente:

No hay comentarios:

Publicar un comentario