
En 1956, cuando tenía ocho años, yo creía que la Segunda Guerra Mundial todavía seguía. Algo dije que hizo que mi madre se diera cuenta de esto. Y me dijo: No, hijo, la guerra acabó tres años antes de que tú nacieras’. Digo de broma que no la creí. La Segunda Guerra Mundial está omnipresente en la cultura norteamericana, está profundamente incrustada en la conciencia del país. En el apartamento de mis padres en West Hollywood había un armario lleno de ejemplares de la revista Life. El taco era enorme. Hablaban del ataque de Pearl Harbor, del internamiento forzoso de japoneses, la guerra del Pacífico, la guerra de Europa, la guerra del Atlántico, la posguerra, los comités anticomunistas. Yo estaba fascinado con esas fotografías y esas historias.
Tras el asesinato de mi madre, en 1958, mi interés se desvió hacia novelas policiacas. Uno de los primeros que leí fue un libro de Jack Webb, el creador de la serie Dragnet, que hablaba del asesinato de la Dalia negra. Aquel fue el primer crimen de LA al que me enganché. Como se sabe, se acabó mezclando con el asesinato de mi madre [en el libro La Dalia Negra].
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