"Cuando y era chico, ignorar el francés
era ser casi analfabeto. Con el decurso de los
años pasamos del francés al inglés y del inglés
a la ignorancia, sin excluir la del propio
castellano".
J. L. Borges, Prólogos
En ninguna forma el tema de estas líneas serán las divertidas
equivocaciones en que con frecuencia incurren los traductores. Se ha escrito ya
tanto sobre esto que ese mismo hecho demuestra la inutilidad de hacerlo de nuevo.
La experiencia humana no es acumulativa. Cada dos generaciones se plantearán y
discutirán los mismos problemas y teorías, y siempre habrá tontos que traduzcan
bien y sabios que de vez en cuando metan la pata.
Desde que por primera vez traté de traducir algo me convencí de que si con
alguien hay que ser paciente y comprensivo es con los traductores, seres por lo
general más bien melancólicos y dubitativos. Cuando digamos en media página me
encontré consultando el diccionario en no menos de cinco ocasiones, sentí tanta
compasión por quienes viven de ese trabajo que juré no ser nunca uno de ellos, a
pesar de que finalmente he terminado traduciendo más de un libro.
Estamos en un mundo de traducciones del que hoy ya no podemos escapar.
Lo que para Boscán era un pasatiempo cortesano, para Unamuno resultaba un
imperativo ineludible. En el siglo XVI Boscán se afanaba en dar a conocer a los
españoles las leyes que dictan los buenos modales, puestas en orden por Baltasar
Castiglione; Unamuno, en el XX, las que rigen el comportamiento humano, según
Arturo Schopenhauer. O sea la diferencia que va de moverse en un salón de baile a
hacerlo en el Universo.
Hay errores de traducción que enriquecen momentáneamente una obra
mala. Es casi imposible encontrar los que puedan empobrecer una de genio: ni el
más torpe traductor logrará estropear del todo una página de Cervantes, de Dante o
de Montaigne.
Por otra parte, si determinado texto es incapaz de resistir erratas o
errores de traducción, ese texto no vale gran cosa. Los ripios con que el argentino
Bartolomé Mitre se ayudó no enriquecen la Divina comedia, pero tampoco la echan
a perder. No se puede.
En todo caso, es mejor leer a un autor importante mal traducido que no
leerlo en absoluto. ¿Qué le va a suceder a Shakespeare si su traductor se salta una palabra difícil? Pero existen los que no lo leen porque alguien les dijo que estaba
mal traducido. Y los que esperan aprender bien el francés para leer a Rabelais.
Ridículo. Da igual leerlo en español. No se vale despreciar las traducciones de
Chaucer cuando uno apenas puede con el Arcipreste de Hita. Por principio, toda
traducción es buena. En cualquier caso, pasa con ellas lo que con las mujeres: de
alguna manera son necesarias, aunque no todas sean perfectas.
La traducción de títulos es cosa aparte. Los cambios que algunos
experimentan al pasar de una lengua a otra generalmente no son errores del
traductor. En ningún país de lengua española habrá quien ponga por título Odiseo
al Ulysses de Joyce. Alguien de la editorial no se lo permitiría. Digan lo que digan
sus críticos, excepto cuando se descuidan es difícil que los editores se equivoquen.
Si un título contemporáneo cambia totalmente, lo normal es que haya habido un
acuerdo entre autor y editor.
El gusto de verse traducido hace que al primero le
importe muy poco cómo se llame su libro en otro idioma.
Podría dar ahora una larga lista de títulos curiosamente traducidos; pero
como sé que están en la mente de todos no lo voy a hacer y me concretaré a los
siguientes:
1. La importancia de llamarse Ernesto. En este momento no recuerdo
quién lo tradujo así, pero quienquiera que haya sido merece un premio a la traición.
Traducir The Importance of Being Earnest por "La importancia de ser honrado"
hubiera sido realmente honesto; pero, por la misma razón, un tanto insípido, cosa
que no va con la idea que uno tiene de Osear Wilde. Claro que todo está implícito,
pero se necesitaba cierto talento y malicia para cambiar being (ser) earnest
(honrado) por "llamarse Ernesto". Es posible que la popularidad de Wilde en
español comenzara por la extravagancia de ese título.
2. El otro día me acordaba de La piel de nuestros dientes, de Thornton
Wilder. Cuando vi ese título por primera vez admiré como de costumbre a los
norteamericanos por esa facultad tan suya de estar siempre inventando algo.
¿Cuándo tendríamos nosotros la audacia de titular así ya no digamos una obra de
teatro, pero ni siquiera una clínica dental? Título original: The Skin of our Teeth.
Palabra por palabra: La piel de nuestros dientes, nombre que en México llevó al
teatro a miles de personas. Imposible no acudir al diccionario. En inglés, encontré
con alegría, to escape with the skin of our teeth significa, sencillamente, escapar
por poquito, salvarse por un pelo. Pero es evidente que si el traductor hubiera
escogido algo como Por un pelito ni él mismo hubiera ido a ver la puesta en
escena.
3. Uno siente también cierta atracción irresistible hacia cualquier novela
que se llame Otra vuelta de tuerca, como José Bianco tituló su excelente
traducción de The Turn of the Screw de Henry James. En lugar de La vuelta del
tornillo, que no quiere decir nada en español, Bianco cambió sabiamente "la" por "otra" y "tornillo" (screw) por "tuerca", con lo que Otra vuelta de tuerca quiere
decir aún mucho menos, pero suena tan bien que nuestros intelectuales usan ya esa
extraña expresión como si todo el mundo (y ellos mismos) supieran su significado.
Si Bianco hubiera querido dar el equivalente exacto habría puesto algo tan vulgar
como La coacción, lo que convertiría el título de una novela de fantasmas en algo
vagamente gangsteril o forense. No cabe duda: el mejor amigo del traductor es el
Diccionario, siempre que éste no se halle en manos del lector. Según mi Oxford
Advanced Learner's Dictionary of Current English, to give somebody another turn
ofthe screw significa to forcé somebody to do something: "forzar a alguien a hacer
algo", coaccionarlo, conminarlo, pues. ¿Pero quién iba a ser tan poco sutil o
poético como para poner en español La conminación a una novela de Henry
James? Aunque no diga nada en nuestro idioma, Otra vuelta de tuerca y se acabó.
Y uno se lo agradece a Bianco. Y otros cometen el disparate de soltar ese dicho en
contextos que no tienen nada que ver.
4. Por un morboso deseo de molestar a mis amigos (estímulo sin el cual
prácticamente nadie escribiría) he dejado para el final la traducción del título de los
títulos, el que con más entusiasmo han recibido, aceptado, adoptado y usado
nuestros buenos poetas, novelistas, ensayistas, simples aficionados y, ay, genios a
la altura de Jorge Luis Borges (lo que absuelve a todos los anteriores); el título más
sonoro y el que denota más enojo cuando hay que enojarse: El sonido y la furia de
William Faulkner, que suena tan bien y sugiere tanto desde que alguien sin mucho
amor al Diccionario tradujo literalmente el pasaje de Macbeth en que éste propone
que la vida es un cuento contado por un idiota, pero a quien jamás se le ocurrió que
las palabras siguientes en que se apoya: full ofsound andfury, iban a ser traducidas
por otro quizá no tan idiota pero quien ni de broma intentó preguntarse qué cosa
fuera eso de un idiota "lleno de sonido y furia".
De las frases hechas puestas en circulación por escritores, pocas he visto
tan usadas como esa de "el sonido y la furia" que sean más la piel de sus dientes
cuando se ven apurados o su otra vuelta de tuerca cuando quieren ser enfáticos;
pocas tan repetidas como ese sonido y esa furia que nunca estuvieron en la mente
de Macbeth, o de Shakespeare (quien incluso añade signifying nothing) cuando las
introdujo en contexto tan dramático; y que al mismo tiempo recuerden más la
importancia de ser curioso cuando de traducir títulos se trata.
Como en los casos de Wilde, James y Wilder, Faulkner fue afortunado al
usar una frase hecha, casi un refrán para titular uno de sus libros. No así quienes
usan pomposamente la traducción literal del título del mismo. ¿Pero cómo no ser
indulgentes con los amigos o meros mortales cuando el propio Borges, quien ha
gastado cuarenta años estudiando el inglés y aun el celta, repite la misma
distracción en el prólogo a su libro Prólogos ("los concretos cielos de Swedenborg,
el sonido y la furia de Macbeth, la sonriente música de Macedonio Fernández", p.
8, Torres Agüero Editor, Buenos Aires, 1975) y Antonio Machado (Dios me perdone) en el mismo tono ("un cuento lleno de estruendo y furia", p. 250, Juan de
Mairena, Clásicos Castalia, Madrid, 1971) y a Astrana Marín le da miedo ser literal
y en vez del "sonido y la furia" pone "con gran aparato" (p. 1625, W. Shakespeare,
Obras completas, 10a
ed., Aguilar, Madrid, 1951) y últimamente alguien convierte
sound en "rumor" y fury en "cólera", en algo ya no tan tremendo sino apenas en
eso: ese suave "rumor" y esa "cólera" un tanto mansa?
Por ahora yo sólo me atrevo a proponer a ustedes que vean en su Concise
Oxford Dictionary lo que sound and fury quiere decir en el texto de Shakespeare:
únicamente "bla, bla, bla". ¿Lo sabía Faulkner? Por supuesto, pues quien habla en
su libro es efectivamente un idiota. En todo caso, es de suponer que el Diccionario
lo sabe bien. Ábranlo y encontrarán (algunos con cierto sonrojo, espero) en la p.
1203, 2a
columna, línea 4, bajo la entrada sound: mere words (sound &fury). Esto
es, "meras palabras", que nosotros decimos "bla, bla, bla", o sea lo que en
definitiva dice un idiota.
Y, probable y tristemente, la literatura en general.
1989
La palabra mágica. Augusto Monterroso. 1983. Era.