Diferentes sociedades adoptan
diferentes tipos de jerarquías
imaginadas. La raza es muy importante
para los americanos modernos, pero era
relativamente insignificante para los
musulmanes medievales. La casta era un
asunto de vida o muerte en la India
medieval, mientras que en la Europa
moderna es prácticamente inexistente.
Sin embargo, hay una jerarquía que ha
sido de importancia suprema en todas
las sociedades humanas conocidas: la
jerarquía del género. En todas partes la
gente se ha dividido en hombres y
mujeres. Y casi en todas partes los
hombres han obtenido la mejor tajada, al
menos desde la revolución agrícola.
Algunos de los textos chinos más
antiguos son huesos de oráculos que
datan de 1200 a.C. y que se usaban para
adivinar el futuro. En uno de ellos había
grabada la siguiente pregunta: «¿Será
venturoso el parto de la señora Hao?».
A la que se respondía: «Si el niño nace
en un día ding, venturoso; si nace en un
día geng, muy afortunado». Sin
embargo, la señora Hao dio a luz en un
día jiayin. El texto termina con esta
observación displicente: «Tres semanas
y un día después, en un día jiayin, nació
el hijo. No hubo suerte. Era una niña».
[4]
Más de 3.000 años después, cuando la
China comunista promulgó la política
del «hijo único», muchas familias chinas
continuaron considerando que el
nacimiento de una niña era una
desgracia. Ocasionalmente, los padres
abandonaban o mataban a las niñas
recién nacidas con el fin de tener otra
oportunidad de conseguir un niño.
En muchas sociedades, las mujeres
eran simples propiedades de los
hombres, con frecuencia de sus padres,
maridos o hermanos.
El estupro o la
violación, en muchos sistemas legales,
se consideraba un caso de violación de
propiedad; en otras palabras, la víctima
no era la mujer que fue violada, sino el
macho que la había poseído. Así las
cosas, el remedio legal era la
transferencia de propiedad: se exigía al
violador que pagara una dote por la
novia al padre o el hermano de la mujer,
tras lo cual esta se convertía en la
propiedad del violador. La Biblia
decreta que «si un hombre encuentra a
una joven virgen no desposada, la agarra
y yace con ella y fueren sorprendidos, el
hombre que yació con ella dará al padre
de la joven cincuenta siclos de plata y
ella será su mujer» (Deuteronomio, 22,
28-29).
Los antiguos hebreos
consideraban que este era un arreglo
razonable.
Violar a una mujer que no pertenecía
a ningún hombre no era considerado un
delito en absoluto, de la misma manera
que coger una moneda perdida en una
calle frecuentada no se considera un
robo. Y si un marido violaba a su mujer,
no cometía ningún delito. De hecho, la
idea de que un marido pudiera violar a
su mujer era un oxímoron. Ser marido
significaba tener el control absoluto de
la sexualidad de la esposa. Decir que un
marido «había violado» a su esposa era
tan ilógico como decir que un hombre
había robado su propia cartera. Esta
manera de pensar no estaba confinada al
Oriente Próximo antiguo. En 2006,
todavía había 53 países en los que un
marido no podía ser juzgado por la
violación de su esposa. Incluso en
Alemania, las leyes sobre el estupro no
se corrigieron hasta 1997 para crear una
categoría legal de violación marital[5]
¿La división entre hombres y mujeres es
un producto de la imaginación, como el
sistema de castas en la India y el sistema
racial en América, o es una división
natural con profundas raíces biológicas?
Y si realmente es una división natural,
¿existen asimismo explicaciones
biológicas para la preferencia que se da
a los hombres sobre las mujeres?
Algunas de las disparidades
culturales, legales y políticas entre
hombres y mujeres reflejan las evidentes
diferencias biológicas entre los sexos.
Parir ha sido siempre cosa de mujeres,
porque los hombres carecen de útero.
Pero alrededor de esta cuestión dura y
universal, cada sociedad ha acumulado
capa sobre capa ideas y normas
culturales que tienen poco que ver con la
biología. Las sociedades asocian una
serie de atributos a la masculinidad y a
la feminidad que, en su mayor parte,
carecen de una base biológica firme.
Por ejemplo, en la democrática
Atenas del siglo V a.C., un individuo que
poseyera un útero no gozaba de una
condición legal independiente y se le
prohibía participar en las asambleas
populares o ser un juez. Con pocas
excepciones, dicho individuo no podía
beneficiarse de una buena educación, ni
dedicarse a los negocios ni al discurso
filosófico. Ninguno de los líderes
políticos de Atenas, ninguno de sus
grandes filósofos, oradores, artistas o
comerciantes poseía un útero. ¿Acaso
poseer un útero hace que una persona
sea inadecuada biológicamente para
dichas profesiones? Así lo creían los
antiguos atenienses. En la Atenas de hoy,
las mujeres votan, son elegidas para
cargos públicos, hacen discursos,
diseñan de todo, desde joyas a edificios
y software, y van a la universidad. Su
útero no les impide hacer todas estas
cosas con el mismo éxito con que lo
hacen los hombres.
Es verdad que
todavía están insuficientemente
representadas en la política y los
negocios —solo alrededor del 12 por
ciento de los miembros del Parlamento
griego son mujeres—, pero no existe
ninguna barrera legal a su participación
en política, y la mayoría de los griegos
modernos piensan que es muy normal
que una mujer ejerza cargos públicos.
Muchos griegos modernos piensan
también que una parte integral de ser
hombre es sentirse atraído sexualmente
solo hacia las mujeres, y tener
relaciones sexuales exclusivamente con
el sexo opuesto. No consideran que esto
sea un prejuicio cultural, sino una
realidad biológica: las relaciones entre
dos personas de sexos opuestos son
naturales y entre dos personas del
mismo sexo, antinaturales. Pero, en
realidad, a la madre Naturaleza no le
importa si los hombres se sienten sexual
y mutuamente atraídos. Únicamente son
las madres humanas inmersas en
determinadas culturas las que montan
una escena si su hijo tiene una aventura
con el chico de la casa de al lado. Los
berrinches de la madre no son un
imperativo biológico. Un número
significativo de culturas humanas han
considerado que las relaciones
homosexuales no solo son legítimas,
sino incluso socialmente constructivas,
siendo la Grecia clásica el ejemplo más
notable. La Ilíada no menciona que Tetis
tuviera ninguna objeción a las relaciones
de su hijo Aquiles con Patroclo. A la
reina Olimpia de Macedonia, una de las
mujeres más temperamentales y
enérgicas del mundo antiguo, hasta el
punto de mandar asesinar a su propio
marido, el rey Filipo, no le dio ningún
ataque cuando su hijo, Alejandro
Magno, llevó a casa a cenar a su amante,
Hefestión.
¿Cómo podemos distinguir lo que
está determinado biológicamente de lo
que la gente intenta simplemente
justificar mediante mitos biológicos?
Una buena regla empírica es: «La
biología lo permite, la cultura lo
prohíbe».
La biología tolera un espectro
muy amplio de posibilidades. Sin
embargo, la cultura obliga a la gente a
realizar algunas posibilidades al tiempo
que prohíbe otras. La biología permite a
las mujeres tener hijos, mientras que
algunas culturas obligan a las mujeres a
realizar esta posibilidad. La biología
permite a los hombres que gocen del
sexo entre sí, mientras que algunas
culturas les prohíben realizar esta
posibilidad.
La cultura tiende a aducir que solo
prohíbe lo que es antinatural. Pero,
desde una perspectiva biológica, nada
es antinatural. Todo lo que es posible es,
por definición, también natural. Un
comportamiento verdaderamente
antinatural, que vaya contra las leyes de
la naturaleza, simplemente no puede
existir, de modo que no necesitaría
prohibición. Ninguna cultura se ha
preocupado nunca de prohibir que los
hombres fotosinteticen, que las mujeres
corran más deprisa que la velocidad de
la luz o que los electrones, que tienen
carga negativa, se atraigan mutuamente.
En realidad, nuestros conceptos
«natural» y «antinatural» no se han
tomado de la biología, sino de la
teología cristiana. El significado
teológico de «natural» es «de acuerdo
con las intenciones del Dios que creó la
naturaleza». Los teólogos cristianos
argumentaban que Dios creó el cuerpo
humano con el propósito de que cada
miembro y órgano sirvieran a un fin
particular. Si utilizamos nuestros
miembros y órganos para el fin que Dios
pretendía, entonces es una actividad
natural. Si los usamos de manera
diferente a lo que Dios pretendía, es
antinatural. Sin embargo, la evolución
no tiene propósito. Los órganos no han
evolucionado con una finalidad, y la
manera como son usados está en
constante cambio. No hay un solo órgano
en el cuerpo humano que realice
únicamente la tarea que realizaba su
prototipo cuando apareció por primera
vez hace cientos de millones de años.
Los órganos evolucionan para ejecutar
una función concreta, pero una vez que
existen, pueden adaptarse asimismo para
otros usos. La boca, por ejemplo,
apareció porque los primitivos
organismos pluricelulares necesitaban
una manera de incorporar nutrientes a su
cuerpo. Todavía usamos la boca para
este propósito, pero también la
empleamos para besar, hablar y, si
somos Rambo, para extraer la anilla de
las granadas de mano. ¿Acaso alguno de
estos usos es antinatural simplemente
porque nuestros antepasados
vermiformes de hace 600 millones de
años no hacían estas cosas con su boca?
De manera parecida, las alas no
surgieron de repente en todo su
esplendor aerodinámico. Se
desarrollaron a partir de órganos que
cumplían otra finalidad. Según una
teoría, las alas de los insectos se
desarrollaron hace millones de años a
partir de protrusiones corporales de
bichos que no podían volar. Los bichos
con estas protuberancias poseían una
mayor área superficial que los que no
las tenían, y esto les permitía captar más
radiación solar y así mantenerse más
calientes. En un proceso evolutivo lento,
estos calefactores solares aumentaron de
tamaño. La misma estructura que era
buena para la máxima absorción de
radiación solar (mucha superficie, poco
peso) también, por coincidencia,
proporcionaba a los insectos un poco de
sustentación cuando brincaban y
saltaban. Los que tenían las mayores
protrusiones podían brincar y saltar más
lejos. Algunos insectos empezaron a
usar aquellas cosas para planear, y
desde allí solo hizo falta un pequeño
paso hasta las alas para propulsar
realmente al bicho a través del aire. La
próxima vez que un mosquito zumbe en
la oreja del lector, acúsele de
comportamiento antinatural. Si fuera
bien educado y se conformara con lo que
Dios le ha dado, solo emplearía sus alas
como paneles solares.
El mismo tipo de multitarea es
aplicable a nuestros órganos y
comportamiento sexuales. El sexo
evolucionó primero para la procreación,
y los rituales de cortejo como una
manera de calibrar la adecuación de una
pareja potencial. Sin embargo, en la
actualidad muchos animales usan ambas
cosas para una multitud de fines sociales
que poco tienen que ver con crear
pequeñas copias de sí mismos. Los
chimpancés, por ejemplo, utilizan el
sexo para afianzar alianzas políticas,
establecer intimidad y desarmar
tensiones. ¿Acaso esto es antinatural?
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[4] Houston, First Writing, p. 196.
[5] The Secretary-General, United Nations, Report of the SecretaryGeneral on the In-depth Study on All Forms of Violence Against Women, delivered to the General Assembly, U. N. Doc. A/16/122/Add.1 (6 de julio de 2006), p. 89.
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Sapiens: De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad (Debate, 2014
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