jueves, 9 de abril de 2020

Goethe opina sobre Roma y Grecia; luego sobre los franceses y su literatura


Visité a Goethe antes de ir al teatro, y le encontré con buen aspecto y de excelente humor. Me preguntó por los jóvenes ingleses que se encontraban en Weimar, y yo le conté que en unión del señor Doolan nos proponíamos leer una traducción alemana de Plutarco. Esto nos llevó a conversar de la historia griega y romana, y Goethe se expresó en los siguientes términos:


—La historia de Roma es algo que ya no encaja en nuestra época. Nos hemos vuelto demasiado humanos para que los triunfos de César no encuentren en nosotros cierta resistencia. Y la historia griega no nos resulta mucho más agradable. Cuando este pueblo se dirige contra los enemigos exteriores se muestra verdaderamente grande y glorioso, pero aquel infinito fraccionamiento en pequeños Estados y aquella perpetua guerra civil que armaba siempre el brazo del griego contra su conciudadano, termina por hacérsenos insoportable. Por otra parte, estamos viviendo unos momentos verdaderamente grandes y ricos en significación. Las batallas de Leipzig y de Waterloo han alcanzado tal gloria que la de Maratón y todas las de aquellos tiempos quedan obscurecidas. Y nuestros héroes tampoco se han quedado atrás: los mariscales franceses, y Blücher y Wellington, pueden perfectamente parangonarse con los generales de la antigüedad.


La conversación recayó luego sobre la nueva literatura francesa y el interés creciente de los franceses por las obras alemanas.


—Los franceses hacen muy bien —dijo Goethe— en estudiar y traducir a nuestros autores; como son limitados en la forma y en los asuntos, no les queda más remedio que dirigirse al exterior. A nosotros, los alemanes, podrá echársenos en cara cierta falta de sentido de la forma, pero en cambio somos superiores a los franceses en lo que atañe a los asuntos. Las obras de teatro de Iffland y de Kotzebue son tan ricas en inventiva que los extranjeros podrán durante largo tiempo encontrar temas en ellas antes de agotar todas sus posibilidades. Los franceses saludan con especial entusiasmo nuestro idealismo filosófico y, en verdad, todo idealismo es apto para fines revolucionarios. Los franceses —prosiguió Goethe— poseen buen juicio y son ingeniosos, pero carecen de fondo y no conocen la piedad. Aceptan cuanto puede servirles en un momento dado, cuanto puede favorecer a su bando. Así, cuando nos elogian, no es porque reconozcan nuestros méritos, sino sencillamente, porque con nuestras opiniones pueden favorecer a su partido.


Luego hablamos de nuestra literatura y de los obstáculos con que tienen que luchar los autores alemanes.


—La mayor parte de nuestros jóvenes poetas —dijo Goethe— tienen un defecto: poseen una subjetividad poco importante, y no saben hallar temas en una objetividad. A lo sumo logran descubrir uno que viene a ser algo parecido a ellos mismos, algo que se dirige a la subjetividad del poeta; pero no hay que hablarles de escoger un tema en sí sólo porque es poético, y adoptarlo, aunque contraríe a la manera de ser del sujeto. Pero, según he dicho ya, si apareciesen personalidades importantes, formadas con grandes estudios y situadas en circunstancias favorables, las cosas no andarían mal, estoy cierto de ello, especialmente para nuestros jóvenes poetas líricos.


Viernes, 3 diciembre 1824


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Conversaciones con Goethe de Johann Peter Eckermann. Editorial Acantilado.


Página 120 o por ahí...

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