Este apocalíptico momento que está atravesando nuestro planeta se ha
ensañado con Guayaquil. En la calle donde vivo, murieron Hermán y Carlo. En la
calle de atrás, murieron Víctor y Juana. Y en el parque, Byron; y más allá,
Fabricio. El amigo de mi padre falleció hace una hora. En mi entorno de
conocidos, tengo que hacer el recuento, que es algo macabro y frío. Son 15
personas las que ya no volveré a ver.
En la publicación en redes sociales que hice hace unos días narré el Guayaquil de mis pavores. Recién ahora puedo escribir algo porque desde hace cinco horas no tengo más muertos. A lo largo de este día: Juan está llorando a su madre; Webster, a su hermana; Jorge, a su primo James. La calamidad en Guayaquil es innombrable: el cielo cubierto de aves carroñeras, los barrios llenos de insepultos, las farmacias desabastecidas, los precios desorbitados. Eso en la ciudad. Pero hacia adentro, en los hogares, la calamidad es hecatombe; por ejemplo, Juan, mi querido amigo Juan, poeta, ciego, líder, tiene "en el cuarto de atrás" al cuerpo de su madre, Angery, desde hace tres días, cubierta de hielo y con dos ventiladores a toda potencia para intentar paliar la putrefacción, esperando, esperando; hoy me dijo: "nicho ya tenemos y por fin conseguimos todos los documentos, pero ya no hay ataúdes, ya no hay ataúdes". Mañana podrá enterrarla. Un ebanista venezolano rompió el sofá de su casa y con él construirá una caja donde mi amigo Juan pueda enterrar a su madre.
En la publicación en redes sociales que hice hace unos días narré el Guayaquil de mis pavores. Recién ahora puedo escribir algo porque desde hace cinco horas no tengo más muertos. A lo largo de este día: Juan está llorando a su madre; Webster, a su hermana; Jorge, a su primo James. La calamidad en Guayaquil es innombrable: el cielo cubierto de aves carroñeras, los barrios llenos de insepultos, las farmacias desabastecidas, los precios desorbitados. Eso en la ciudad. Pero hacia adentro, en los hogares, la calamidad es hecatombe; por ejemplo, Juan, mi querido amigo Juan, poeta, ciego, líder, tiene "en el cuarto de atrás" al cuerpo de su madre, Angery, desde hace tres días, cubierta de hielo y con dos ventiladores a toda potencia para intentar paliar la putrefacción, esperando, esperando; hoy me dijo: "nicho ya tenemos y por fin conseguimos todos los documentos, pero ya no hay ataúdes, ya no hay ataúdes". Mañana podrá enterrarla. Un ebanista venezolano rompió el sofá de su casa y con él construirá una caja donde mi amigo Juan pueda enterrar a su madre.
Hacia adentro, en los hogares, la calamidad es la brutal ira de dios; por
ejemplo Zoila –sola en casa, diabética, sencilla–, todos los días se levanta de
sus lágrimas para buscar a su padre, Armengol López, y llega hasta las puertas
del hospital Abel Gilbert y pregunta, llora, grita, reclama, ruega, y no le
dicen nada. Hace un mes, el 3 de marzo, lo llevó para hacerle una tomografía,
fue atendido por la doctora Jaramillo, y sufrió un derrame. Entonces se desató
la crisis y él se quedó allí adentro y se supone que está allí adentro porque
adentro se quedó, se supone, en el tercer piso, se supone, porque allí lo dejó
Zoila cuando se fue a casa para dormir algo, hace un mes. Cuando volvió al día
siguiente, ya no le permitieron entrar y desde entonces ya no sabe nada, no le
dicen si está vivo o si está muerto. Los guardias no le permiten entrar. Con
razón, pero atentando contra el mínimo derecho de saber si su padre aún está
vivo, allá adentro, o si ya murió y está amontonado en un contenedor encima y
debajo de otros cuerpos.
¡Oh sí! La ira de dios sobre los hogares destruidos en una ciudad
desbordada. Mi tío Kiko me decía el otro día en una llamada virtual: "de los
compañeros universitarios de mi promoción de doctores ya han fallecido quince,
sólo de mi promoción ya han muerto quince, Cristian. Quince". Normalmente las catástrofes nos permiten un espacio para el heroísmo, pero
ésta no: ésta está arrasando con todos, y los héroes, los doctores, uno a uno
van falleciendo. Por ejemplo Nino, el doctor de cabecera de la familia, ya
falleció.
Normalmente las autoridades civiles han logrado más o menos encaminarnos,
ya sea hacia la realización de sus intereses personales o hacia la realización
de nuestros intereses públicos, pero esta vez parece que no hay camino y por
ende las autoridades de la ciudad y del país solo parecen decir: "la
humanidad va a superar esta pandemia, pero lo hará sin nosotros". Lo más paradójico es que Guayaquil debería celebrar en octubre de este año
el bicentenario de su Independencia. Sin embargo, los guayaquileños que
sobrevivan estarán tan agotados de llorar a sus muertos que ya nadie recordará
la libertad que nos confirió el poeta Olmedo, porque cuando todo se trata de
vida o muerte ya no hay idealismo posible, no hay poesía posible, salvo
sobrevivir. Si queda algún guayaquileño, quizás el próximo año no festeje el 201
aniversario de la Independencia de la urbe, sino el Primer aniversario de haber
sobrevivido a esta pandemia, tan ensañada, tan crudelísima, tan mortal sobre
"La perla", el "Guayaquil de mis amores".
*
Padre, moriste
en junio pasado luego de cinco años de soportar el deterioro de una enfermedad
que te dejó sereno y quieto. No pudiste presenciar cómo ya no habría un ritual
sosegado para la muerte. Y tu despedida, ese entonces, tuvo flores, abrazos, el
preciso tiempo de contemplación y ceremonia. Ahora, en Guayaquil nada de eso es
posible, padre amado, porque la civilización perdió toda lógica, toda su
dignidad y raciocinio. No hubiera podido tolerarlo. Hubiera gritado y golpeado.
No hubiera podido dejarte ir sin besar tus manos hermosas y sin saber qué sería
de ti o si llegarías a estar salvo.
Padre, qué
afortunada soy que te hayas muerto hace un año y yo no haya tenido que
identificar tu cuerpo de entre una pila de fundas oscuras sin nombre,
removiendo etiquetas para ver si te encontraba. Qué bueno que nadie te
extravió. Qué suerte he tenido de no haber visto cómo tu cuerpo, tu amado
cuerpo que amaba la belleza, empezaba a descomponerse ante mis ojos. Hubiera
tenido que cubrirte con una sábana de cuadros para no verte o sacarte
avergonzada de la casa. Qué bendecida soy, padre, por no colocarte en un frágil
ataúd de cartón por el que deba dar las gracias o de que seas cenizas, como
jamás quisiste. Qué suerte haberte perdido antes, porque no hubiera sabido
explicar por qué comemos fideos todos los días o por qué salgo ataviada, a
nuestro sol nuclear, con esos lentes de soldadora, los guantes y la capucha.
Padre querido, tal vez nos hubiéramos reído mucho, pero lo más probable es que
lloráramos conmovidos, mirando los ciervos que ahora pasean tranquilos por las
ciudades. Padre mío, el horror hubiera sido intolerable, porque no hubiera
sabido qué decirte, como si fueras un niño pequeño expectante, qué le ha pasado
al mundo previsible en el que confiabas. Gracias, padre de mi sangre, por irte
antes de este tiempo y no expirar en esta tierra incomprensible.
Marcela Noriega: “El mundo no podía seguir como estaba”
Hace un año y
medio me mudé a Guayaquil junto a mi pareja, Mauro, después de vivir tres años
en la montaña (Vilcabamba) y un año en la playa (Puerto López). Esos años en la
Naturaleza nos permitieron adentrarnos en otra manera de pensar, sentir y
vivir. Comíamos de nuestro propio huerto y nos hicimos vegetarianos. Cambiamos
hábitos de consumo y formas de divertirnos. Por eso la cuarentena no nos
impacta. Hemos creado juntos seis libros, así como otros productos y
servicios.
Vivo alejada de
las distracciones del mundo. No recuerdo la última vez que fui al cine, a un
bar o a un concierto. Nunca he visto Netflix, no sigo series, juegos ni veo
televisión. Un mes antes de la cuarentena, empecé a hacer ejercicios diarios de
respiración (técnica de Wim Hof) para fortalecer los pulmones y el sistema
inmune.
Mi compañero
empezó, “por evitar contagios de cualquier cosa”, a salir a la calle con
mascarilla cuando nadie más lo hacía. Lo miraban raro. Lo cierto es que
sentíamos cómo cada día aumentaba la densidad de la energía en la calle, tanto
que cuando salíamos, nos sentíamos tan agotados que debíamos dormir algunas
horas para recuperar las fuerzas. Algo oscuro palpitaba en el ambiente. Yo
sentía la muerte en las calles, y en las últimas semanas nos recluimos aún más.
Vimos cómo el evento se iba acercando, hasta que nos rodeó a todos.
Económicamente,
nos ha ido mejor que antes. Sabíamos que el sistema financiero basado en billetes
podía derrumbarse, así que alrededor del 70% de mis ingresos por los talleres
de escritura que hice los últimos meses, los invertí en comprar oro, y en traer
de Alemania una máquina para producir oro coloidal, una tecnología que mi
compañero conoce. Él ya hacía plata coloidal (antiviral), así que desde el
inicio de la emergencia sanitaria las ventas nos aumentaron. Además, una semana
antes de la cuarentena, una persona en Suiza, con quien habíamos hablado para
hacer un libro, nos hizo un giro como adelanto. Sentí eso como una señal de que
algo grande pasaría. La otra señal fue que durante todo un día, en nuestra
ventana se posó una mariposa café. La mariposa vino a decirnos que la
transformación estaba cerca. Al día siguiente, se declaró el toque de queda.
Vivo de cerca
el proceso del despertar espiritual de la humanidad, y he estado trabajando en
esto desde 2013, cuando viví mi propio despertar, y empecé a hacer Talleres de
Introspección. En los últimos años mi mayor trabajo ha consistido (además de hacer
libros) en ofrecer un acompañamiento espiritual a personas que lo requieren, ya
sea en talleres o en sesiones individuales.
Éste es un
período en el que veremos muchas muertes en todo el mundo. Pero la muerte no la
decide un hecho fortuito ni un virus, es una decisión individual tomada de
antemano por el alma. Sin muerte o sin transformación no hay evolución. Sé que
a la mayoría le cuesta –vivir en cuarentena–, pero también sé que el mundo no
podía seguir como estaba.
Todas las pérdidas (de Gabriela Ruiz).
Un parte de la
ciudad está guardando cuarentena. Pero otra parte está muriendo en sus casas. Cuerpos en las
veredas. Cuerpos en las calles. No hay quien
retire los cuerpos, y es esta la otra emergencia sanitaria: la
putrefacción de los cadáveres en los espacios públicos y al interior de las
casas como nuevo vector de enfermedades. Los familiares por respeto sus
difuntos toman una decisión: ¿Comprar féretro? ¿Quedarse dentro de casa con el
muerto donde muchas veces hay una sola habitación ? Porque la ambulancia nunca
llegó.
Las muertes por
coronavirus han puesto en evidencia el estigma en contra de sus habitantes
empobrecidos por la desigualdad y las tasas de desempleo y subempleo. En
Guayaquil, solo el 50 % de la población tiene empleo adecuado, 3 % está en el
desempleo, y refiere la tasa más grande de subempleo a nivel nacional: 18,9%
según estadísticas del INEC. Esto significa que si la gente no sale a vender,
no come.
Epidemias
cruzadas. Dengue y
coronavirus. Hay 5.356 casos confirmados de dengue en Guayas. Es como si una
familia completa hubiera muerto en Guayaquil. Y se siente como si el poder
político nos hubiera abandonado, me dijo un colega. Eco de estas penas se hacen
los escritores guayaquileños en el exterior como Mónica Ojeda o Ernesto Carrión.
Nos preparan
para la muerte. Nos avisan de la construcción de un nuevo campo santo o
fosa común, de la emisión del protocolo de manejo de cadáveres, o que cuatro
contenedores se han habilitado para refrigerar cuerpos. Se esperan que lleguen
seis contenedores más. ¿Estamos preparados para cuidar y defender la vida?
Este es un homenaje para Guayaquil, su gente, su literatura y su capacidad
de hacer memoria. “El trabajo de archivo debe realizarse ahora”, reclama Mayro
Romero, artista visual y director de cine de 24 años para que no se pierda el
testimonio de lo vivido. Más cuando se empiezan a escuchar denuncias de censura
a videos y publicaciones que hacen los ciudadanos pidiendo ayuda para ellos
y sus difuntos
El trabajo gubernamental contra la desinformación
gestionó créditos publicitarios con Facebook y el servicio
de Inteligencia mapea usuarios dentro y fuera del Ecuador. El buscador de datos en redes censurará contenido
relacionado al tema.
Todas las pérdidas son
importantes. Con la partida de artistas y escritores se pierde una
porción de ferocidad y belleza. Aquí nuestro aporte desde el periodismo. Al
cierre de esta edición, manifestamos nuestras sentidas condolencias por la
partida de Rodrigo Pesántez Rodas (Azogues, 1937 - Guayaquil 2020); Fabricio Gutiérrez Mantuano, estudiante de la
carrera de Literatura de la UArtes; Jorge Manzano, el hermano de la poeta Sonia
Manzano, Charles García Pluas, historiador; Ángel Sánchez y
Omara Paredes, periodistas y los 14 colegas que permanecen aislados tras
presentar síntomas.
La vida continúa, como dice el título de una bella película de Kiarostami,
así me compartió Juan Martín Cueva, director de cine documental ecuatoriano y
fundador del Festival de Cine "Encuentros del Otro Cine - EDOC". Que
cada uno de ustedes, esté bien. Estos cuatro últimos días mis colegas me
dijeron que vivían y no era "nada espectacular". Yo creo en el
milagro del día. Veo a mi hija crecer. Por mi parte, deseo que la poesía los encuentre, dignos y rebeldes.
Con todas las ganas de vivir.
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