La ciudad a la que he acostumbrado recorrer en bicicleta, la que me parecía un pañuelo, la que me indignaba con sus largas colas de autos y que me alegraba rebasar de un tirón ahora es más pequeña. El pañuelo se ha doblado más y lo veo desde la ventana, con gente que intenta protegerse, abastecerse y al mismo tiempo sobrevivir. Los mendigos que campean en las veredas se ocultan más temprano y la pobreza que hemos invisibilizado –aún en las zonas más turísticas de la ciudad– ahora aparece en las noticias con la sentencia de muerte. La ciudad de las piletas, de la rueda moscovita, de las esculturas de bronce con personajes “caricaturescos”, de rejas que prohíben informales, necesitaba verse a sí misma, sin fantasías y duele. Duele sentirse tan cercano a la realidad y tan atado de manos. Duele ver por la ventana lo que podíamos predecir en nuestro paso.
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Carlos Luis Ortiz:
“Guayaquil está huérfano de autoridades”
La cuarentena me sorprendió en Quito, de visita a mi hija. Mi domicilio y familia están en Guayaquil. Mi mamá es una persona que pasa los 70 años. Tiene una boutique en el centro de la ciudad. Le cuesta mucho sobrellevar la inamovilidad. Acostumbrada a moverse de un lado a otro por la actividad económica. Ella viaja con frecuencia a Alausí donde está la casa de mis abuelos que también tienen un almacén. Inactivos, se sienten relegados.
Su día a día es ahora vivir dentro del departamento, ordenar la casa y jugar con mi hermana. Al lado vive mi hermano mayor y se ayudan a hacer las compras (cubierto hasta la cabeza) cumpliendo las medidas impuestas por el gobierno. El tema está alterado en el centro de Guayaquil, donde prolifera sobre todo la indigencia. Caminas por 9 de Octubre o Boyacá, y hay indigentes. Muchos de estos indigentes son adolescentes que consumen H. Las autoridades municipales no les han prestado la atención debida. Ellos siguen viviendo en los portales. Están propensos de contagiarse de COVID-19.
De lo que ves en la televisión, muchas cosas son reales y otras son sobredimensionadas. Lo real es que hay muertos. Lo real es que hay cadáveres en las calles por la falta de abastecimiento en los centros de salud. Guayaquil está huérfano de autoridades. La gente está haciendo lo que puede.
Guayaquil es una ciudad dividida por clases sociales. Es visible sólo un 50 por ciento. La ciudad es un puerto donde hay intercambio comercial desde antes de la República, y su trabajo es libérrimo. El trabajo asalariado empieza en Guayaquil. La gente sale a las calles a trabajar y es el que vemos. Pero el Guayaquil al que no todos tenemos acceso: el Guayaquil marginal, el Guayaquil de los bordes, el de los cinturones de pobreza de donde salen los trabajadores que vienen a trabajar al centro de la ciudad. Tres o cuatro amigos de padre han muerto por COVID-19. A veces pienso que no volveré a ver a mis padres. ¿Cuánto tiempo pasará? Hablo con ellos todos los días.
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Nelson Bodero: “Aquí necesitamos ayuda humanitaria”
Al parecer lo peor que puedes hacer al presentar el último pero más grave síntoma: la falta de respiración, es internarse en un hospital (centro de contagios) en Guayaquil, ya que de allí en adelante no se sabrá más del enfermo y la familia entra en un estado de angustia y desesperación. Hay videos de decesos en la calle y calamidad de familiares con decesos en su casa o en su barrio. Hay otros videos de gente que ha presentado estos síntomas pero se han curado en casa, sea de Covid-19, de dengue o chikunguña, enfermedades que coinciden en síntomas. ¿Cómo? Con nebulizaciones de hojas de eucalipto. Ya es tarde para exigir un sistema sanitario y de salud, está colapsado. Debemos atender a nuestros enfermos en casa y mejorar el sistema inmunológico. Y no olvidar, ojo, que esto sea una lección acerca de la clase política que nos rodea (sobre todo en Guayaquil) y formar una conciencia crítica. Aquí necesitamos ayuda humanitaria hace rato. Reportando desde la Lombardía de América.
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