jueves, 9 de abril de 2020

Diferentes escritores ecuatorianos hablan de su cuarentena. PARTE 1.

Por Gabriela Ruiz. / @GabyRuizMx

Metrovía, ATM y la Agencia de Regulación y Control de la ...En entrevista, varios escritores guayaquileños y residentes del Puerto Principal de Ecuador, narran en primera voz (VER LINK) cómo enfrentan la epidemia que ha sumido en la tristeza a la segunda comunidad más poblada del país. ¿Es verdad que sus familiares y amigos están muriendo en hospitales y casas? Comparten su vida cotidiana en estos fragmentos de relatos y audios como signo de resistencia ante discursos que estigmatizan a Guayaquil como una infame desobediente.

Narradores, poetas, periodistas, artistas audiovisuales, músicos. Les preguntamos cómo se impone la vida frente a la muerte. Las fotografías y audios de este texto se registraron por los autores en el toque de queda que se declaró en Ecuador desde el 17 de marzo de 2020. 

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María Paulina Briones: “El olor putrefacto del Estero y el ruido”

Hice una fila de dos horas en el supermercado. Debían ser 500 personas delante de mí. Nos rociaron con algún desinfectante. Además, gel. Dentro, silencio. Nadie le habla a nadie. ¿Legumbres? Se desabastecen rápidamente. Un anciano se coló en la fila. Un pan y dos jugos. Pagó. Se quedó sentado en un banco mirando a quienes seguían pagando.

Hoy murió la cardióloga Peggy Freire. La semana pasada murió mi tío, médico y profesor de la universidad. Conozco gente que está confinada porque estuvo enferma. Otra gente no tiene mayores síntomas. Otras se ponen mal muy rápido. Esta mañana pasé por la farmacia. Llegó la azitromicina. La fila era una eternidad.

Cuando vi el noticiero del mediodía y escuché que recuperaron 400 cuerpos, y 50 cuerpos más este día, fue algo devastador. En La Colectiva, emprendimiento de asociación de editoriales y librerías, decidimos devolver las cuotas. Las editoriales grandes liberaron contenido y es positivo, pero para las pequeñas editoriales es un factor que nos destruye. Las entregas a domicilio bajaron. Los libros no están en las prioridades de la gente. Temen que los libros estén contaminados.

En Guayaquil, he estado marcada por el olor putrefacto del Estero y por el ruido. Es parte de mi infancia. Es una paradoja que ese sea el olor que ahora despiden los cuerpos en las casas, el de la putrefacción. Y que el silencio sea tan poderoso o se haya impuesto para dar paso a un único ruido: las sirenas de las ambulancias. Guayaquil ha sido azotada una vez más por la epidemia y todo lo que ella trae y desnuda: la inequidad, el miedo, el abandono. Todo esto con la profunda solidaridad que nos caracteriza. Con cadenas de personas ayudándose. Esta ciudad es muchas cosas pero es nuestra ciudad. Ha sido terrible sentir el rechazo de otras regiones y escuchar el estigma que ha caído sobre ella.

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César Eduardo Galarza: “Las noticias de mi madre y un dolor en la garganta”

POETAS SIGLO XXI - ANTOLOGIA MUNDIAL + 20.000 POETAS: Editor ...Hace un par de años tuve bronquitis alérgica y, además, padezco desde hace cinco años psoriasis. Mis defensas siempre están disparadas. Solía fumar además. La primera semana de cuarentena presenté síntomas de influenza: fiebre leve, molestias en la garganta, dolor muscular en las piernas y mucho cansancio. Realicé gárgaras con limón y sal, tomé paracetamol y dormí mucho esa primera semana.

Evito los carnavales. El fin de semana anterior al inicio de la cuarentena me sorprendió un aguacero en la calle. Empecé a tener molestias con los bronquios, además de tos y flema. Hacia el fin de semana me recuperé bastante y pude acompañar a mamá a realizar compras.

En la puerta del mercado dejaban entrar en grupo de 10 personas una vez que otras diez hubieran salido con sus compras. Ya adentro, las distancias y las precauciones pasaron a segundo plano. Todos llevábamos una prisa mal disimulada, de esa que obnubila y hace que te quedes sin adquirir algunas de la cosas que habías pensado. El personal se esforzaba por mantener los manubrios de los carritos desinfectados, las perchas llenas, las verduras frescas. Las y los cajeros, en contra de lo usual, estaban abiertos a conversar y comentar las vivencias del día.

Durante las noches experimentaba picos de bienestar de pocas horas. El sueño me llega pasada la medianoche. No temí lo peor pero sí tuve una ligera melancolía que me hizo pensar en mi pasado reciente y en algunas personas. Tengo dos hijas de 19 y 17 años. Están pasando la cuarentena junto a su madre, y una sobrina mía. No me he comunicado mucho con ellas pero trato de conversar con mi ex esposa todos lo días, para estar al tanto y apoyarnos. Ella vino al día siguiente a visitarme trayendo consigo un nebulizador y una medicina expectorante.

Anoche circularon dos vídeos, que hoy censuraron en las redes sociales, en donde se ven decenas de cadáveres, en el piso, en pasillos, en camas, camillas, bodegas, cuerpos empaquetados. El hermano mellizo de mi madre había sido diagnosticado de dengue (la otra pandemia de esta ciudad) y ahora es paciente de Covid-19.

Las noticias que recibe mi madre confirman todo lo que hemos visto en redes sociales sobre el colapso en los centros hospitalarios: médicos trabajando a presión, espacios abarrotados, falta de insumos, capacidad de acción rebasada. Y mucho dolor e incertidumbre.

Mi tío falleció. Acaban de llamar a mi mami. ¿Puedes creer que alguien en el hospital les pide 600 dólares para los papeles? El cuerpo de mi tío será procesado y será trasladado por el municipio hacia un camposanto. Sus allegados deben ir mañana con un papel que les entregará el IESS para tramitar la partida de defunción. No les costará nada. Dicen que después de 20 días darán la información de en dónde le sepultarán.



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Clara Medina Rodríguez: “He escrito alrededor de media docena de pésames cada día”
Desde el 16 de marzo pasado hasta el 2 de abril, el viaje más largo que he realizado es hasta la puerta del patio de mi casa. Allí cada semana recojo los víveres que mi hermana me trae. Me entrega las compras y se va. En el mismo patio, someto cada uno de los productos a una prolija limpieza y desinfección antes de llevarlos a la cocina para almacenarlos. Estoy en total aislamiento, porque esa es la disposición de las autoridades y porque conmigo vive mi madre anciana, que forma parte de la población más vulnerable al coronavirus. Redoblo los cuidados.

No salgo para nada. Mis días transcurren entre algún oficio doméstico, lecturas, escritura, noticieros, llamadas telefónicas y navegación por redes sociales. En Facebook leo a diario que mis amigos le dan el adiós a sus padres, a sus tíos, a sus abuelos, a sus primos. A tanta  gente querida. Desde hace más de una semana, he escrito alrededor de media docena de pésames cada día. Ayer llegué a casi 10. No es que la gente antes no se muriera. Se moría, sí, pero no tanta al mismo tiempo. Dar un pésame era una rareza y no una cotidianidad. Hoy mucha gente está de luto en Guayaquil. La ciudad bullanguera y alegre está silenciosa porque sus habitantes están enfermos de tristeza.

Marzo, en mi familia, es un mes festivo. Cumplo años yo, mi mamá y muchos otros familiares. Ha sido, históricamente, un tiempo de reuniones y celebraciones. Este año los cumpleaños pasaron sin reuniones y las felicitaciones y abrazos fueron virtuales. Recibo varias llamadas cada día. Mis hermanos y demás familiares, desde diversas ciudades del mundo o desde la campiña riosense, me llaman a preguntar cómo estoy y cómo está mamá. O hablan de forma directa con ella. Es como un ritual en el que cada uno se reporta para contar cómo ha sido su día.

Uno de mis hermanos está en la primera línea de fuego. Es médico y está trabajando intensamente en la emergencia. Me cuenta que varios de sus colegas se han contagiado. Mi mamá redobla sus oraciones por él y por todos. Mi hermana me dice que ya no quiere ver noticias, porque la realidad la sobrepasa. Yo trato de ver y de leer todo.

Es difícil guardar la calma, pero lo intento. Guayaquil es una ciudad de eternos re comienzos. Esta tragedia supondrá también un renacimiento. Un renacimiento de renovadoras ideas y de otras formas de convivencia social. Se deben sepultar las grandes desigualdades y carencias que se han hecho tan dolorosamente visibles con el coronavirus.

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De Lado – De la pluma a la webFrancisco Santana: Guayaquil es una quinceañera con el dedo podrido

—¿Dónde está el cronista de historias sucias de Guayaquil?

— Estoy en Quito. Me quedé atrapado por la cuarentena. Soy, como dicen los ocurridos y sueltos de lengua, un “mono” refugiado en las frías montañas de la capital. El verbo resistir viene bien para describir este tiempo. No tengo empleo fijo y tampoco sueldo constante. Cuando algunos de mis amigos se enteraron de mi situación en Quito empezaron a depositarme dinero vía transferencia electrónica. No pude resistir los efectos de un gesto tan noble y aflojé, como es natural.

Cuando Santana conoció Cirino Antonio Gómez, “El Cristo de Guayaquil” describió el embeleso de ese Mesías por el puerto: “Recorría el cementerio general, la 18, el Camal, los salones de la calle octava, como El Gema, y algunos cabarets de nombres ridículos (…). Miró la vida y sus calles. Guayaquil le pareció fascinante, palpó la estúpida y lacerante realidad de las noches en donde todavía se encontraba de todo. Putas, locos, delincuentes y mendigos lo conocieron, lo trataron y lo educaron. La vida se le reveló como una suerte de alucinante fantasía donde todo se conseguía con dinero. El espíritu de comerciante se le fue pegando a la piel y descubrió que todo tiene un precio, incluso la dignidad, sobre todo la de los pobres y miserables; esos con los que compartió vida y penurias; esos para los que vino Cristo.”

Santana usa una metáfora para explicar la ciudad: “Guayaquil se viste bonito. Se pone todas las luces. Se pone bella y perfecta. Pero tiene un gran problema. Tiene el dedo del pie podrido. Se pone zapatos hermosos y tapa la podredumbre. Nadie la ve. Pero el dedo está podrido. Y entonces empieza a pudrirse todo el cuerpo. Una ciudad que está podrida por dentro pero que tiene ropajes bonitos por fuera”.

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Alice Goy-Billaud: “Mi pequeño acto de rebeldía”
Creo que estoy en la etapa de aceptación. Puede ser que minimice las cosas. La primera semana fue para mí de terror y de angustia. El día en que caí en cuenta que me iba a quedar sola con el silencio de mis pensamientos, lloré mucho. Varios días. Tampoco provocaba salir.

Me agarraba un pánico por tocar cualquier cosa. Ni a mi jardín iba por miedo de que los niños hubieran tocado mi puerta o pisado algo de saliva. Empecé algo que hago solo cuando viajo: un diario. Lo es después de todo, un viaje. Me vino en francés. Hasta ahora no había puesto palabras en español. ¿Cómo llamarlo? ¿Confinamiento? ¿Espacio vacío? ¿Tiempo a salvo?

Intento no opinar en público. Sé que hay gente que sufre. Amigos han perdido a seres queridos. Me agarra la angustia de que esto no acabe nunca, de que no vuelva a verlo, de que no vuelva a comer cangrejo, y que bailar sea solo un recuerdo.

El primer domingo, tomé mi bicicleta y pedalee sin rumbo. El miedo, igual. Me crucé con una patrulla. Nada. Fui hasta La Atarazana. No lo volveré a hacer. Fue mi pequeño acto de rebeldía hacia la inmovilidad.

Poco a poco vuelvo a salir al jardín. Fumo un cigarrillo en la hamaca. Riego las plantas y entro después de cambiarme los zapatos. Mi día está hecho de reuniones cibernéticas, de horas y de hojas de traducción. Vuelvo a aprender a cocinar. No he podido escribir nada mío. Traducir Historia sucia de Guayaquil (2012) es un refugio. Habla de un Guayaquil que conozco pero parece que el pasado es más cercano a lo que conozco que al presente. Cuando quiero escapar leo El síndrome de Ulises y me escapo hacia París.


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