miércoles, 23 de octubre de 2019

Jose Ovejero nota en dos obras teatrales la critica que se hace hacia los propios espectadores (que terminan celebrando)

Resultado de imagen para jose ovejeroHay formas menos radicales de ser cruel con el espectador/lector, en las que no es necesario que fluya la sangre. En 1966 el escritor austríaco Peter Handke estrenó su obra Publikumsbeschimpfung, obra sin trama ni auténticos personajes, en la que los actores se dirigen al público con una serie de frases, a menudo contradictorias, órdenes también contradictorias, una retahila insufrible que culmina con un gran final en el que durante varios minutos se dedican párrafos de alabanzas a la actuación de los espectadores, concluyendo cada uno con una ristra de vulgares insultos. No son pocas las obras teatrales que atacan precisamente a la clase social a la que pertenecen los espectadores; Susan Sontag se maravillaba al ver una obra de teatro de James Baldwin en la que se criticaba con ferocidad a la clase media, liberal, blanca, que era la que llenaba el teatro y aplaudía entusiasmada al finalizar la obra. 
El público no va allí engañado; salvo el día del estreno de la obra, cuando quizá no sabe qué esperar, quien compra una entrada tiene una idea de lo que va a encontrar sobre el escenario. Espera la violencia dirigida contra él y se convierte en cómplice al ponerse voluntariamente en la situación de sufrirla. Las razones para ello son muchas, desde el deseo de aprender algo sobre sí mismo hasta el de limpiar la propia conciencia: como quien hace penitencia, el blanco de clase media, liberal, sabedor de que es un privilegiado y directa o indirectamente responsable de muchos de los males que azotan el mundo, está dispuesto a ser castigado por ello, a sufrir los escupitajos que le lanza el artista. Pero también hace algo mucho más interesante: se desdobla, es víctima y espectador; más bien, mientras se contempla siendo insultado o maltratado, deja de ser quien es para convertirse en otro que está del lado del juez; ya no es tan culpable porque no es sólo esa persona a la que justamente critican sino que también es esa otra que comparte la crítica, que está dispuesta a aplaudir las invectivas. Al desdoblarse, el espectador recibe el castigo y al mismo tiempo se concede la absolución, con lo que se da la paradoja de que la obra crítica que pretendía hacer al espectador sentir el peso de sus errores puede acabar aligerándolo de él. Me viene ahora a la memoria el chiste del masoquista y el sádico en el que el primero pide al segundo que le haga daño y el sádico, que quiere que el otro sufra, se niega a hacérselo pues eso es lo único que puede dolerle de verdad. Así, hay obras supuestamente crueles que dan al público el castigo que les está pidiendo, la cantidad justa de dolor que precisa para seguir viviendo tranquilamente. Y hay otras que se niegan al puyazo superficial, a la crítica de fácil digestión.

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La ética de la crueldad. José Ovejero. Anagrama. 

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