Quienes no acumulan aberraciones han decidido que pueden contar sin más su biografía, porque, como es la suya, es importante. La crítica internacional elogió sin mesura los seis volúmenes del noruego Knausgård. Como ya conté, leí las primeras trescientas páginas, y me pareció todo tan insulso y plano, y contado con tan mortecino detalle, que tuve que abandonar pese a mi sentido de la autodisciplina. “No puedo dedicar mi tiempo a tres mil páginas de probables naderías, con estilo desmayado”, me dije.
A partir de este éxito, cualquiera se siente impelido a relatar sus andanzas en el colegio, o en la mili si la hizo, sus anodinos matrimonios y sus cansinos divorcios, sus dificultades como padre o madre o hijo, sus depresiones e inseguridades. Por supuesto sus encuentros con gente famosa, aunque esta modalidad es antiquísima, no todo lo ha propulsado Knausgård. Cada una de estas obras, las de penalidades y las de naderías, suelen ser alabadas por los críticos y por los colegas escritores, que han hecho una regresión monumental y ya sólo se fijan en lo que antes se llamaba “el contenido”. Si esta novela o estas memorias denuncian injusticias, ya son buenas.
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Literatura de penalidades o de naderías
https://elpais.com/elpais/2018/10/08/eps/1538991429_963868.html
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