lunes, 25 de mayo de 2020

La izquierda regresiva, de Ana Soage


                10 MAR 2016.

Existe una tendencia dentro de la izquierda que defiende valores como la laicidad, el feminismo, los derechos del colectivo LGBT… pero solo para occidentales, puesto que evita criticar a aquellos que los rechazan en nombre de una especificidad cultural determinada, en particular la religión. Se caracteriza, además, por llevar la crítica de los países que propugnan dichos valores al absurdo y apoyar a regímenes represivos que los rechazan. Es la que ya se empieza a conocer como “izquierda regresiva”.


La izquierda regresiva tiene una visión binaria de la geopolítica: todos los males del mundo están causados por EE UU y sus aliados y, por tanto, cualquiera que se enfrenta a ellos es digno de apoyo. Aunque violen los derechos humanos u opriman a las mujeres y a las minorías religiosas, étnicas o sexuales. Su antioccidentalismo les da carta blanca. Practica la indignación selectiva: la intervención occidental contra Daesh es “imperialista”; la rusa, en apoyo de Bachar el Asad, “necesaria”. El bombardeo estadounidense de un hospital en Afganistán se condena hasta la saciedad; los repetidos bombardeos rusos de hospitales en Siria no figuran en su radar. Las ejecuciones públicas en Arabia Saudí son una atrocidad; las que lleva a cabo Irán ni siquiera merecen una mención.

La izquierda regresiva desconfía de los medios de comunicación “burgueses” y sigue con fruición la cadena rusa en español RT o la iraní HispanTV. No le importa que el primero sea el órgano de propaganda de un Estado caracterizado por el capitalismo salvaje, la corrupción y el autoritarismo, y el segundo, de un régimen que realiza más ejecuciones per capita que ningún otro y donde los “crímenes” que pueden llevar al patíbulo incluyen el adulterio, la homosexualidad, la blasfemia y la apostasía.

La izquierda regresiva es aficionada a las teorías conspirativas. Cuando grupos antioccidentales como Al-Qaeda o Daesh cometen atrocidades, elabora explicaciones enrevesadas según las cuales dichos grupos son, en realidad, criaturas de EE UU concebidas con fines maquiavélicos. Cita los mismos ejemplos del pasado una y otra vez, sin importarle el contexto, y elige ignorar la crucial diferencia entre financiar a x porque los intereses coinciden, o haber contribuido a las condiciones que propician la aparición de x, con crear a x directamente.

La izquierda regresiva ignora a quienes se enfrentan a regímenes antioccidentales sobre el terreno, a menudo a un gran coste personal: activistas, feministas, artistas, minorías, ateos… En su lugar, toma partido por dictaduras como el régimen sirio, supuestamente “socialista y laico”; o por fundamentalistas a los que alaba como demócratas porque buscan llegar al poder a través de las urnas, aunque rechacen valores democráticos como la igualdad, la tolerancia o el compromiso. Es condescendiente y, en el fondo, algo racista. Considera que los no occidentales son siempre víctimas o títeres de las potencias occidentales. Que son incapaces de concebir ideologías movilizadoras como el islamismo y discursos sofisticados para el consumo occidental (¡como que el velo simboliza el rechazo a la cosificación de la mujer!). Que no son responsables de sus actos, puesto que sus atrocidades son una mera reacción a la agresión occidental, nunca una despiadada estrategia que obedece a una agenda propia.


La izquierda regresiva favorece a la extrema derecha, porque rehúsa denunciar lo más controvertido de ciertas culturas, como la opresión de la mujer o la persecución de las minorías, y condena como xenófobo al que lo hace. Acepta implícitamente los presupuestos de los sectores más conservadores de esas culturas, para los que el respeto a las tradiciones está por encima de los derechos individuales. Así, impide un debate franco sobre esos aspectos dentro de la izquierda y deja la cuestión en manos de los xenófobos.

Finalmente, la izquierda regresiva socava a la verdadera izquierda, la que defiende la libertad, la igualdad, la justicia y los derechos y libertades para todos. Porque convierte la legítima y necesaria crítica de ciertas políticas occidentales en una caricatura, mermando la credibilidad de la izquierda en general. Porque sistemáticamente tacha de “pro-yanquis” a quienes disputan sus postulados para evitar responder a sus argumentos. Porque menosprecia a la izquierda no occidental que combate la opresión que se ejerce en nombre del antioccidentalismo o las tradiciones.

Ha llegado el momento de denunciar a la izquierda regresiva como lo que es: una traición a los valores de la izquierda.

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