¿Y podría publicarse hoy en día, en estos tiempos de corrección política que tanto crítica?
[Ríe a carcajadas] Por supuesto que no, no se habría publicado nunca. Pero debes recordar que en 1991 fue censurada. Simon & Schuster la rechazó por su misoginia y fue publicada por Random House. Lo divertido es que los censores siempre surgen de la izquierda, nunca de la derecha. Y es algo que no puedo entender. No entiendo en qué momento la izquierda decidió convertirse en el malo de la película y en la policía de la cultura. Ha sido algo absolutamente devastador y desastroso. Pienso mucho en Hollywood: ¿cómo puedes ser tan demócrata y estar tan a favor de una agenda progresista cuando estás constantemente constreñido por lo que puedes decir o lo que no puedes decir? Es realmente deprimente.
Ahora vivimos algo terrible, un tipo de censura muy diferente a la de los noventa. Cuando publiqué American psycho, las feministas de The New York Times fueron a por mí. Es muy duro ser un joven escritor y que publiquen hasta 13 artículos intentado acabar con tu carrera, pero aun así se publicó. No se podían emitir los vídeos de Madonna hasta pasada medianoche por su contenido erótico: pero a esa hora los veías. Los discos de hip hop recibían denuncia tras denuncia y las portadas tenían advertencias sobre su contenido, pero los podías comprar. Las exposiciones de Robert Mapplethorpe eran boicoteadas, pero podían visitarse… Lo que entonces era solo un síntoma, ahora es un movimiento real: hay una generación de chicos que se han educado en esta forma de censura, que la han aprendido en la Universidad: políticas identitarias, apropiación cultural, interseccionalidad… La “representación” se ha convertido en lo que marca qué es bueno y qué es malo. Todo eso es la antítesis de la creación. Por eso vivimos tiempos tan peligrosos. Es un problema gigantesco para la expresión artística, porque si te sales de lo que dicta la agenda progresista, acabas en un gulag.
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