Cualquier territorio es susceptible de ser convertido en literatura. Ocurre que tenemos muchos prejuicios para narrar lo cercano. Parece que las grandes historias tienen que suceder en lugares alejados, o en grandes capitales. Y no siempre nos atrevemos a mirar lo que nos rodea con ojos literarios, tal vez por un miedo al localismo o al folclorismo. Pero todas las historias son locales. Un pueblo es un pueblo, una ciudad es una ciudad, y un suburbio es un suburbio en Estados Unidos y en Murcia. Y es precisamente en esa “localización” donde está la esencia de las historias. Porque la historia de El dolor de los demás no podría situarse en otro lugar. La Huerta es aquí un personaje más, que afecta los hechos y condiciona la existencia y el modo de ver y pensar de los personajes. Las historias no son intercambiables. Suceden en sitios y tiempos precisos. La Huerta de Murcia no es más ni menos novelable que una aldea de Kansas o un pueblo perdido de los Alpes suizos. Es un lugar. Y con eso basta.
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