jueves, 17 de octubre de 2019

Presdigitación de la belleza, por Emil Cioran

Imagen relacionadaLa sensibilidad a la belleza es tanto más viva cuanto más cerca se halla uno de la felicidad. Todas las cosas encuentran en lo bello su propia razón de ser, su equilibrio interno y su justificación. Un objeto bello sólo es concebible tal como es. Un cuadro o un paisaje nos fascinarán hasta el punto de que no podremos, contemplándolos, imaginarlos diferentes de como son. Considerar el mundo como algo bello equivale a afirmar que es tal como debería ser. Con semejante manera de verlo todo, el orbe entero no es más que esplendor y armonía, y los aspectos negativos de la existencia no hacen sino acentuar su encanto y su resplandor. La belleza no salvará el mundo, pero puede acercarnos a la felicidad. En un mundo de antinomias, ¿podrá la belleza ser salvada? Lo bello —y ése es su encanto y su naturaleza particular— sólo resulta una paradoja desde un punto de vista objetivo. El fenómeno estético expresa el prodigio de representar lo absoluto mediante la forma, de objetivar lo infinito con representaciones finitas. Lo absoluto-en-la-forma —encarnado en una expresión finita— sólo puede manifestarse a quien es invadido por la emoción estética; pero fuera de la perspectiva de lo bello se convierte en una contradictio in adjecto. Todo ideal de belleza implica, pues, una cantidad de ilusión imposible de evaluar. Más grave aún: el postulado fundamental de ese ideal, según el cual el mundo es como debería ser, no resiste al análisis más elemental. El mundo debería haber sido cualquier cosa, excepto lo que es. 

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En la cima de la desesperación. E.M Cioran. Tusquets Editores. 

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