La sensibilidad a la belleza es tanto más viva cuanto más cerca se
halla uno de la felicidad. Todas las cosas encuentran en lo bello su propia
razón de ser, su equilibrio interno y su justificación. Un objeto bello sólo es
concebible tal como es. Un cuadro o un paisaje nos fascinarán hasta el
punto de que no podremos, contemplándolos, imaginarlos diferentes de
como son. Considerar el mundo como algo bello equivale a afirmar que es
tal como debería ser. Con semejante manera de verlo todo, el orbe entero no
es más que esplendor y armonía, y los aspectos negativos de la existencia
no hacen sino acentuar su encanto y su resplandor. La belleza no salvará el
mundo, pero puede acercarnos a la felicidad. En un mundo de antinomias,
¿podrá la belleza ser salvada? Lo bello —y ése es su encanto y su
naturaleza particular— sólo resulta una paradoja desde un punto de
vista objetivo. El fenómeno estético expresa el prodigio de representar
lo absoluto mediante la forma, de objetivar lo infinito con
representaciones finitas. Lo absoluto-en-la-forma —encarnado en una
expresión finita— sólo puede manifestarse a quien es invadido por la
emoción estética; pero fuera de la perspectiva de lo bello se convierte
en una contradictio in adjecto. Todo ideal de belleza implica, pues, una
cantidad de ilusión imposible de evaluar. Más grave aún: el postulado
fundamental de ese ideal, según el cual el mundo es como debería ser,
no resiste al análisis más elemental. El mundo debería haber sido
cualquier cosa, excepto lo que es.
--
En la cima de la desesperación. E.M Cioran. Tusquets Editores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario