miércoles, 1 de abril de 2020

'Combate' (cuento), de Fernando Aramburu

Parte de la iniciativa DECAMERON 2020 de diario El Confidencial. 'Combate' se publicó en la antología 'Diez bicicletas' para treinta sonámbulos (Demipage, 2013).

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Fernando Aramburu: biografía y obra - AlohaCriticón
Lo mandé a la cama a las nueve de la noche para que al día siguiente estuviera descansado. No le dije la verdad, que Taylor era un número demasiado grande para él. Le mostré un viejo vídeo en el que se ve a Taylor perder una pelea con un rumano correoso que, en una reacción desesperada, le arreó un ruedazo en la nuca. Fue a comienzos de su carrera. Hoy, veterano y seguro de sí mismo, no volvería a incurrir en un despiste parecido.

Examinamos la escena. Le pedí a Tirolín que se fijase bien. Taylor es un poco elefante. Si le vas de frente, te tumba; pero si se confía y eres listo, a lo mejor le sacudes por donde menos lo espera y le haces besar la lona. Una vez grogui, es tuyo.

Me pasé todo el día dándole ánimo y alabándolo para que no acudiera acobardado al combate. Se resistía, pero al fin escuchó mis consejos y eligió la bicicleta de ocho kilos. Taylor subió al ring con la de doce. Ya me lo imaginaba. Gran diferencia, pero es que Tirolín, como no sea durante el primer asalto, cuando está fresco, no tiene corpulencia para manejar bicicletas pesadas. Al principio déjalo que se canse, le dije desde el rincón. El árbitro dio señal de que comenzara el combate.

En el centro del ring, Taylor levantó su bicicleta con una sola mano. Para impresionar, supongo. La dejó caer con todas sus fuerzas sobre Tirolín, que detuvo el golpe haciendo escudo con la suya, como yo le tengo enseñado. Taylor intentó repetir la jugada, pero Tirolín, adivinándole la intención, se zafó a tiempo. Una de las ruedas se estrelló contra las cuerdas. Lástima que no se enganchase. No sería la primera vez que por esa causa el más fuerte queda expuesto a los golpes del adversario y pierde el combate.

Faltando apenas medio minuto para el final del primer asalto, Taylor agarró su bicicleta por la rueda trasera y se puso a dar vueltas a lo loco. La bicicleta se movía en el aire como una sierra giratoria. El árbitro tuvo que refugiarse en un rincón. A Tirolín, en una de las pasadas, el manillar lo alcanzó de lleno en un brazo. Se tambaleó de mala manera, que pensé que se caería. Perdió el protector dental. Por suerte sonó poco después el gong.

Bien, le dije. Le has hecho trabajar. En el siguiente asalto acusará el esfuerzo. Tirolín tenía una desgarradura en el brazo. Probablemente se le había clavado el timbre o el borde de un guardabarros en la carne. Poca cosa, pero sangraba y tuve que ponerle a toda velocidad un apósito. Se quejó: Como siga atacando de esa manera me va a partir la bici en dos. La bici no sufre, le dije. Y le pedí que se acercara un poco más a él e intentara aplastarle la nariz con el sillín. Me miró como si le hubiera pedido que se arrojara de un décimo piso a la calle.

Se reanudó la pelea. Taylor parecía tan fresco como al principio. Levantaba su bicicleta con la misma facilidad que si fuera de papel. Y continuamente llevaba la iniciativa. Tirolín recibió tres o cuatro cacharrazos, uno de ellos, bastante potente, en una clavícula. Reaccionó con la rabia de los desesperados. Hundió un pedal en la mejilla de Taylor, que, sorprendido, reculó dos pasos. Tirolín aprovechó la ocasión para intentar clavarle a su rival una rueda en las costillas, pero este se cubrió a tiempo con su bicicleta. Pensé que, en el mejor de los casos, perderíamos por puntos. Una posibilidad nada desdeñable teniendo en cuenta la fortaleza de Taylor y los cinco mil dólares que correspondían al perdedor.

Sonó de nuevo el gong. Esto va bien, le dije a Tirolín. Respiraba con dificultad. Ahora es cuando lo tienes que dar todo. Piensa: Último asalto, últimos tres minutos. El tío es duro, pero no invencible. Y para mí que ya no puede con su alma. ¿Cuántos han sido capaces de aguantarle dos asaltos? Y tú mira cómo le estás parando los embates. El apósito se le había caído. Le puse otro. Tenía la bicicleta abollada y la rueda delantera completamente torcida.

Tercer asalto. Taylor salió a machacar. Levantada su bicicleta a la altura de un hombro, le sacudió un mandoble brutal a Tirolín en la cabeza y lo derribó. Esto se ha acabado, pensé. El árbitro empezó a contar. Tirolín se puso de pie como un borracho. Tenía la bici detrás y no la veía. Y Taylor en su rincón haciendo gestos de gorila, seguro de la victoria. Bueno, cinco mil dólares tampoco están mal.
Foto: 'El triunfo de la muerte'.
Tirolín aprovechó aquella breve interrupción para tomar aire. El árbitro le preguntó si deseaba continuar. El chaval no sabe inglés, pero hay cosas que se entienden por sí solas. Taylor se lanzó contra él. Pensé: Espero que haya buenos hospitales en esta ciudad. Tirolín tuvo el tiempo justo de escudarse tras su bicicleta. El choque de metales produjo un ruido que levantó un murmullo de estupor en el público. Taylor repitió el golpe y lo erró, lo que dio tiempo a Tirolín de empujar la bicicleta hacia el pecho de su contrincante, con tal fortuna que a este se le quedaron los dedos de la mano izquierda atrapados entre la cadena y los dientes del plato. Le grité: Aprieta el pedal, apriétalo.

Taylor, la cara contraída de dolor, lanzó un alarido. Dejó caer su bicicleta mientras Tirolín daba unos pasos burlescos de baile sin soltar el pedal con que mantenía atrapada la mano del otro. A la vista de la sangre, el árbitro paró el combate. Tirolín se echó en mis brazos. Tenías razón, me dijo dando saltos de alborozo. Es un elefante, un puto elefante.

El público ovacionaba a Tirolín, que saludaba agitando los brazos y haciendo reverencias. Yo, en el rincón, no me podía creer que todo aquello no fuera un sueño, que el pobre pazguato, uno de los peores y más flojos combatientes con bicicleta que yo he entrenado en mi vida, acabara de ganar treinta mil dólares.





Fuente:Ñ


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