sábado, 9 de noviembre de 2019

Patricio Pron escribe sobre el “derrumbamiento” y muerte del autor, y de Mallarmé

En Francia ha sido, sin duda, Mallarmé el primero en ver y prever en toda su amplitud la necesidad de sustituir por el propio lenguaje al que hasta entonces se suponía que era su propietario; para él, igual que para nosotros, es el lenguaje, y no el autor, el que habla; escribir consiste en alcanzar, a través de una previa impersonalidad […] ese punto en el cual solo el lenguaje actúa.
No deja de ser paradójico que el “derrumbamiento” del autor sea promovido por los propios autores. 

Al parecer, Barthes no explicó en ninguna ocasión por qué esto sucedería de este modo, y puede que haya cuestiones sociales y económicas –al tiempo que psicológicas, pero sería absurdo fundamentar la “muerte” o la “pulsión de muerte” del autor en su propia psicología– que hayan contribuido en su momento al surgimiento de esta especie de tradición negativa en la literatura moderna. A pesar de ello, parece ineludible pensar en el abandono de la concepción romántica de la literatura y la autoría como en un seísmo. Al tiempo que un cierto sistema de interpretación de la producción literaria cuyo centro era la figura del autor individual –y cuyo presupuesto era la capacidad de ese autor para crear obras dotadas de sentido en el marco de un mundo principalmente legible y mensurable– era reemplazado por otro en el cual “la voz narrativa del escritor se borraba, cediendo […] la iniciativa a las mismas palabras” (Gache 37), un puñado de procedimientos y tendencias desplazaban al autor del centro mismo de la producción literaria, debilitando la autoridad de la que surge su nombre.

Aun cuando Stéphane Mallarmé no fue el primero en introducir el azar en la producción literaria, su célebre poema “Un coup de dés jamais n’abolira le hasard” [Un golpe de dados jamás abolirá el azar] (1897) abrió un camino recorrido más tarde por el dadaísmo y el surrealismo al utilizar el azar como método y privilegiar el procedimiento y la combinatoria lingüística sobre la manifestación de una cierta “interioridad del escritor [que] le parecía pura superstición” (Barthes 2). “Un golpe de dados […]” abrió una puerta por la que se colaría algo de lo más interesante de la literatura del siglo XX: los procedimientos aleatorios y los textos “encontrados” de Tristan Tzara, la escritura automática de los surrealistas, el letrismo y la “novela hipergráfica” de Isidore Isou, Maurice Lemaître y Gabriel Pomerand, entre otros (véase Gache 53). Al igual que todas las demás puertas, la que abrió Mallarmé permitía tanto entrar como salir: al entrar una literatura consistente en “suprimir al autor en beneficio de la escritura” (Barthes 2), lo que salía por aquella puerta era la autoridad atribuida hasta entonces al escritor individual y una concepción de la literatura que, como he dicho anteriormente, veía en esta un sistema de interpretación privilegiado para la comprensión de un mundo legible y dotado de sentido. Así que, contra lo que se cree habitualmente, podría decirse que el autor ya estaba herido cuando Barthes decretó su muerte en 1972; a partir de entonces, comenzaba un vacío, pero ese vacío estaba lleno de palabras.


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El libro tachado. Patricio Pron. Turner


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