martes, 28 de enero de 2020

Philip Roth habla sobre el público y su libro El mal de Portnoy


Escribir para ser leído y escribir para un «público» son dos cosas diferentes. Si considera público a una serie determinada de lectores caracterizados por su educación, su tendencia política, su religión e incluso su tono literario, la respuesta es negativa. Cuando trabajo no pienso en ningún grupo concreto de personas con las que deseo comunicarme; lo que quiero es que la misma obra se comunique tan plenamente como pueda, de acuerdo con sus propias intenciones. Es así, precisamente, para que pueda ser leída, pero por sí misma. Si puede decirse que uno piensa en un público, no se trata de ningún grupo con unos intereses especiales cuyas creencias y exigencias uno acepta o con las que se muestra en desacuerdo, sino de lectores ideales cuyas sensibilidades se han entregado por completo al escritor, a cambio de la seriedad de éste.


Resultado de imagen para RothLe pondré un ejemplo que también nos llevará de regreso a la cuestión de la obscenidad. Mi nuevo libro, El mal de Portnoy, está lleno de palabras y escenas sucias, mientras que la novela anterior, Cuando ella era buena, no contiene ni una sola. ¿A qué se debe esto? ¿Es que de repente me he vuelto un «desinhibido»? Pero, aparentemente, ya lo era en los años cincuenta, cuando publiqué «Epstein». ¿Y qué decir de los tacos que aparecen en Deudas y dolores? No, la razón de que en Cuando ella era buena no haya ninguna obscenidad, ni tampoco una sexualidad patente, es que habrían estado desastrosamente fuera de lugar.

Cuando ella era buena es, ante todo, un relato acerca de los habitantes de una pequeña ciudad del Medio Oeste, que se consideran a sí mismos de buen grado convencionales y honestos; y su manera de hablar convencional y honesta es la que he elegido como mi medio narrativo, o más bien una versión ligeramente realzada, algo más flexible de su lenguaje, pero que utiliza libremente sus clichés, sus locuciones y sus trivialidades habituales. Sin embargo, me decidí finalmente por ese estilo modesto no para satirizarlos, a la manera, por ejemplo, del Haircut de Ring Lardner, sino más bien para comunicar, por su modo de decir las cosas, su modo de verlas y juzgarlas. En cuanto a la obscenidad, puse cuidado, incluso cuando hice reflexionar a Roy Bassart, el joven ex soldado de la novela (lo tuve a salvo entre los muros de su propia cabeza), en mostrar que lo más lejos que podía ir en la violación de un tabú era pensar «j. con esto y j. con aquello». La incapacidad de Roy de pronunciar más de la inicial del taco, incluso para sí mismo, era lo que deseaba resaltar.


Al hablar de los objetivos de su arte, Chéjov establece una distinción entre «la solución del problema y una correcta presentación del mismo», y añade: «sólo la última es obligatoria para el artista». Utilizar «j. con esto y j. con aquello» en lugar de la misma palabra formaba parte del intento de hacer una correcta presentación del problema.

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Fuente:
Lecturas de mi mismo. Philip Roth. Literatura Random House.

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